Friday, July 28, 2006

Pugna insoluble

¿Te mejoró la vida escribir hueas?
¿Te mejoró la vida no escribir ninguna huea y criticar otras hueas?
¿Te mejoró la vida escribir hueas y creer que tus hueas eran mejores que otras hueas?
¿Te mejoró la vida creer que escribiai puras hueas?
¿Te mejoró la vida pensar que eran buenas tus hueas?
¿Te mejoró la vida pensar que tus hueas eran puras hueas comparadas con otras hueas?
Hueón ilustrao: En el fondo “todo” es una huea, una huea compa-cta, compa-tas,
porque el arte loco...

Hueón cerrao: ¡Callaté hueón oh! Tai hablando puras hueas.
Volao, buscate un trabajo de verdad

De Peñablanca hacia el poniente...

Había llegado temprano, tempranito. El sabado era inusual para él llegar a esa hora al colegio, pero no importaba. Y tuvo suerte, yo lo conozco, estaba feliz de cambiar de colegio, el último año de la media, se le notaba. El viernes nos juntabamos en casa de Cecilia, en Av Cuarta, una calle de tierra que conducía hacia el cerro. La mamá de la ceci era profesora. Por lo general los viernes estaba en Viña. Comprabamos su buena dosis de vinitos. Estabamos todos locos por el vino, por el vino y por los paraguas. Aquella noche de Viernes rematamos con unas piscolas tipo 5 de la mañana. En la borrachera, terriblemente tóxicos, empezamos a jugar a la carta menor. Nos fuimos como a las 6 am, ya del sabado. Caminamos derechito por Victoria, una par de cuadritas hasta la casa de “F”. La plaza Victoria, pasando los ratis, estaba hermosa, los primeros rayos de sol bañaban las copas de los árbolitos de la plaza, una suave neblina se percibía en el aire. Caminábamos lento, no estaba frío, pero igual exhalabamos vaho. Ambos callabamos, lo dejé en la puerta de su casa, quedamos en juntarnos a la tarde en casa de otro amigo.
Entré en mi casa. A “L” le costaban cortas pa su casa. Entré despacio. Fui a la cocina, medio ebrio encendí el calefont. Me desnudé y me metí a la ducha (pa despabilar). Salí fresco, me puse el uniforme, entraba un cuarto para las ocho a clases, tenía tiempo. Hambre no tenía, y me supuse el dragón que andaba trayendo. Saqué una manzana del frutero, unas cuantas mascadas, y aguardé viendo un añejo Boca – River que estaban repitiendo en el cable.El sol ya demostraba su primacía en la superficie de mi querido Peñablanca. Partí pal Troncal. Concierto de gorriones mañaneros, algo de sombra que aún hacía el cerro “La Wilson”. Pude ver como cambiaban turno los locos de la Shell, eso me indicaba que eran pasadito las siete am.
Puedo ver, incluso ahora, claramente el sendero encementado entre la entrada del colegio y mi sala. En el camino me saluda uno que otro álamo. Siempre atrasado, de hueón, me la sabía de memoria. Entraba a la sala y casi como milico saludando, miraba el sector donde me sentaba, que era detrás de una cabellera rubia hermosa, que giraba hacia mí con una sonrisa que hay que tener cojones para sostenerla, se me achicaban, se me hacían bolitas. “Estai pasao a copete”, “pero si me comí una manzana”, “ni con un kilo te sacai ese aliento”. Me encogía de hombros y esperaba el recreo, no para salir, no, no, sino para dormitar recibiendo caricias en el pelo, que saben a cucharaditas de manjar, directo del tarro, o panqueques con manjar, con te con leche, o pasando al ámbito etílico, al primer sorbo de un vino “Carta Vieja”, o a una cerveza inmediatamente después de jugar a la pelota, bueno, bueno, ¿y un dedo que recorre el lóbulo de la oreja?, ¿Ah?, ¿Ah?. Me complica buscar una analogía para eso.
Las sala a las nueve de la mañana esta ya iluminadísima, tibia. La caña avanza hacia su extinción. ¿Y ahora que? A las doce del día ya estamos todos fuera, el colegio vacía el contenido completo de alumnos el día sabado. Eso era lo rico, era como ir a pasar la caña al colegio, pero la gracia eran las poquitas horas, la cercanía entre mi viernes de amigos y el sabado con mis compañeros. Todos, todos eran UNO para mí, a todos era placentero verlos, hablarlos, sentirlos.Ya repuesto de la “mansaca” participaba de las ideas de mis compañeros, ideas que nacían en la plaza de la estación, una fuente bonita, arboles a lado y lado, sombrita. Un pullman llegando, yendose, llegando, yendose. El vaivén del tren de la una, el cielo despejado, azulito, las horas lentas de la tarde, con un calor que a la sombra se transforma en un clima apasiguado por la vista de una fuente, de chorritos de agua débiles, pero constantes, porfiados, que hacen colores con el aire, con las sombras, con el sol, con mis ojos. Me llega olor a eucaliptus, a zoológico, a helados artesanales, a cigarrilos colegiales, a bocanadas de humo casi con olor a leche, con olor a “frugelé”. Las faldas de mis iguales pululan por la plaza, sentadas en las escaleras de la municipalidad, recorriendo el sector de patinaje, cruzando hacia una fuente de soda, un cola de tigre, un trululú. Rodillas delgadas, gruesas, morenas, blanquitas. Muslos rosados, avellanados, oscuros, claritos, ténues. Todo este conjunto es una pintura grabada en mi corazón, en las mismas mejillas de mis recuerdos, aposentado de hace mucho tiempo, y sale, y sale, y ni siquiera queda concho.Camino a la linea, atravesando la linea, se ven casas bonitas, semi escondidas entre álamos jóvenes, se aparece entre medio una ventana, dos caras sentadas a la mesa, almorzando, comiendo el postre, viendo las noticias, absortos en la tele, el jugo de piña se esta cayendo al tomaticán, uno que otro tecito después de la comida, un poco de humo de cigarro pa la digestión.Algunas casas parecen solas, todas las ventanas hacia fuera, dando la bienvenida a la naturaleza, con calendarios que bailan al ritmo de un vientecito, leve, ínfimo. Seguimos camino al cerro, con unas botellas de no sé que, intentando encontrar entre nosotros algo que nunca supe muy bien que era.
Ahora, desde el cerro, somos como un puñado de ovejas, alejados del rebaño, observando las luces de la tarde, echando un trago de cuando en cuando, fumando con fruición, disminuyendo nuestras diferencias, acortando nuestras distancias.Ya son cerca de las ocho de la noche. Aquí en Los Carrera es un festival de micros, todas en la misma dirección, pero a distintos lugares. Esto es un concierto de motores, de aceleraciones, de cambio de luces.
Debo irme, en casa me esperan, no a una hora determinada, pero siempre me esperan.
Y ahí lo dejé. Enfilé pa mi casa, atravesé el puentecito, el tubo. No, el tubo ni cagando lo paso, además hay un poco de sereno, la sacá de chucha no es grave, pero es en arena remojada con estero. El olor de esta pasada es característico, el estero. Aquí me recuerdo perfecto con “F”, cazando piriguines, haciendo caso omiso de las advetencias maternales, de supuestas verrugas al manipular estos animalitos. Atravieso el puente, se me viene calle Colon, toda de tierra, una parcela a la izquierda, ¿cómo olvidarla?, ¿Cuántas pichangas en esa cancha?, ¿Cuántas tardes jugando “al gol saliendo?” La infancia física se fue, pero ¿y mi corazón? ¿Es que tiene arrugas? ¿Es que mi sangre ya no fluye a borbotones cuando me corto? ¿Es que ya no corro con mis primos menores, jugando en la calle una pichanga a pata pelá? Mi infancia se fue, pero yo no me voy con ella. Aquí me quedo, resistiendo los embates de un futúro encuadramiento feroz, de un alud que todo lo arrasa, todo. Supongo que tengo que ser valiente. Asumir los hechos, aceptarlos, perdonarlos, tener plena conciencia, pero efectiva, de que las cosas son o fueron así, y sobre eso ya no hay nada que hacer, nada, nada y nada. Que me pateen amigo, si hago retórica con esto, pero el arrepentimiento es lo ultimo que voy a esbozar cuando los vientos del infortunio soplen en nuestras vidas, digo “nuestras” porque estamos entrelazados, no importa cuantos cruces de personas, cuanta agua pase bajo el rio, nosotros nacimos para ser hermanos, fuimos guiados de algún modo por el mismo seno, ese que yo no tuve, o que si tuve, pero que nunca estuvo cuando yo lo necesitaba. No te culpo viejo, te sacaste la cresta pa que TODOS comieramos, pero ahora no me digas como son las cosas, porque yo ya las probé, las viví, me las tomé al seco y puritanas. Sin tu viejo, hermano, a otros derroteros, a otros puertos, en otros lugares yo estaría, lugares que me dan miedo y que estan por doquier.


Para tu casa vayan estos pensamientos amigo,
lleguen por la tierra,
fertilicen tu patio y sus fronteras,
aniden en el primer manzano del pasaje,
y florezcan cuando tú,
el último de tu familia seas.

Tuesday, July 25, 2006

Recuerdo de Tres Calles y una Botillería

Dos amigos me están esperando cerca, cerquita de mi casa. Abro el portón y me encuentro con el “buses ni camiones” de frente, ahí, a la salida de mi puerta, pero ahora es metálico, no me queda otra que ignorarlo. Miro pal frente, “libertad de expresión” dice, con negro. Luis lo escribió. Ahora Luis y Mitchelle me están esperando en la boti. Es fácil llegar.
Salgo hacia Victoria, camino una cuadra hacia la derecha y llego al Troncal. Bajo media cuadra y llego a “Los Almendros”. Voy a mitad de cuadra y miro pa la derecha, la casa del gato. Me detengo en seco, respiro hondo y pienso en una casa destruída a martillazos. No, no destruída, desarmada a martillazos, ya sin techo, una casa chiquitita, la de mi amigo. Él está encaramado en un panel, el día es caluroso, el sol nos aplasta, en cualquier momento nos envía rayos de fuego. Abro la llave de la ducha, el agua me enfría la frente roja, una brisa fresca y casual me chorrea por las piernas, me toco el costado del pantalón corto. Llega su hermana, le digo que va a quedar pulenta su casa, ella me responde que esa no es su casa. Donde esta tu casa, donde queda tu casa entonces, le pregunto. Me toma de las mejillas con sus dos manos y me dice que el hogar esta en sus manos.
Llegando a la esquina de Victoria con mi calle (Alessandri) me encuentro con el hijo del hueón del negocio. Ahí está el loco, lento, lentito, simpático, era lanzao. Nunca hablamos mucho, pero el siempre se detuvo a hablar conmigo, y yo con él claro. Siempre nos dimos ese tiempo. No parece hijo de comerciante, siempre salvándose con algúna venta. Ahora va en bicicleta, un canastito adelante, vendiendo pedazos de sandía rojita, forrados con plástico. Se ven ricos los trozos. Me cuenta que igual le vienen bajones, depresiones, siente que todo fue su culpa. Que te atropelle un auto a 70 en una avenida tiene casi siempre el mismo desenlace. Pero este loco salió adelante, va tirando. Nunca me olvido cuando su viejo me contó lo de Cristián. “Ahí está, debatiendose, en el hospital”. Me despido de Cristián, me dice que va a tener pititos luego, que cuando me vea me invita.
Voy por Victoria, luces bajitas, colectivos pa la Wilson, a Troncos Viejos, micros a Cochoa, a Playa Ancha. La micro “Molino”, en la que venías tu, tan hermosa, un angel de 15 años en el cuerpo de una mujer de 20, tán cándida, no cándida no. Un vestido mitad cremita, mitad café con leche, como un edificio que había en Viña, los mismos colores, pero los edificios no emanan ese calor que tenías, o que tienes, o que tuviste, para mi, pa mi, to me. Vienes directo hacia mí, sin palabras, los bordes de tu vestido tiritan con el viento, tus aros se esconden en tu pelo, en tu cuello de cisne huérfano.
Ya casi llego al Troncal, los veo, los presiento. Me asomo un poquito más allá de la librería, enfilo mi cabeza hacia la botillería, como un tanque tímido, en territorio enemigo. Mi cabeza es como el cañón del tanque, lo enfilo y formo un campo de tiro, un flanco. Luego asomo el cuerpo, y ya con decisión avanzo. Las casas están alejadas de la avenida, sus antejardínes son oscuros. Ahí están, sentados, uno a cada lado, “filtrando”, siendo amigos, echandose tallas que hacen reir a desconocidos.
Yo se que ya no vuelven, no importa. En la noche, cuando sueño, los presiento, a dos horitas todas ratonas de Peña Blanca, de Villa Alemana, de nuestra historia y de nuestra memoria.

Perspectiva

Hoy día volví a ver la película. Quise llamarte, pa que la vierai, al mismo tiempo que yo. Pero no tengo tu teléfono, ni tu mail. La grabé en vhs. A la noche, cuando llegue a mi casa, la voy a volver a ver, y después de eso voy a dormirme, y a soñar que tú eres la niña de 10 años, aunque perfectamente podrías ser el joven que corta el pasto, y no es que yo sea maricón. Lo que pasa es que tu belleza es transmutable a cualquier cosa, acción, o persona. Para darte un pequeño ejemplo, me gustaría por ejemplo verte haciendo taco con un auto en un puente, subiendote a la baranda de piedra, despojandote de tu falda, descubriendo tus largas y hermosas extremidades, tu cabellera oscura semi ensortijada, deshaciendo el paisaje con el manantial de tus ojos. Una profunda respiración, inspirando la tarde cálida y finiquitandola con un soberbio clavado en el agua del lago, ahí, bajo tus pies, sobre el puente. Sin embargo, la niña de 10 años se me repite en ti, una mirada sincera, tibia, inquietante, que no da lugar a misterios, ni enigmas.
Entre 3 y 4 a.m, se oye la puerta. Despierto acalorado, demasiado abrigado. Un pie afuera, el otro, los minutos avanzan, las horas, te pienso y repienso. Me veo buscando un banquillo, dos ladrillitos, un pedazo de tronco, tu me esperas, te veo bajo la luz ténue del callejón, me desespero, no hay asoleras, el pasaje es plano, no hay relieve en ningún lado, maldigo mi suerte entre dientes. El pasaje no es plano, mi sueño es el plano, imposible, ¿me reconozco como un fracasado de sueños?, puede ser, sin embargo, he podido lograr la razón en la sin razón, no, no, la conciencia en la inconciencia, eso, eso sí. Pero ahora no esta resultando. Despierto, una vuelta, dos vueltas, a la izquierda, a la derecha, se oyen los autos, las primeras micros. Tomo la primera que veo (y no me sirven todas), estoy en tu casa, pero llego de noche, extraño. Te veo sentada, de piernas cruzadas, olor a pegamento, un café, una ecuación matemática, de resistencia. Me acerco a ti, me inclino, tus labios están prestos a mí, eres de verdad, estas sola, puedo ver pequeños cueritos de goma seca en tus manos.

Wednesday, July 19, 2006

Hacia la Nada (IV)

Tu amor,
de calles sin nombre.
Tu amor,
de muchos hombres.

Oveja Negra (banda Villa Alemanina desaparecida)

Estabamos sentados en la solera, eramos un grupo de 10 personas más o menos. La calle era de tierra, con pequeños álamos que crecían a lado y lado. A un costado había vegetación que se extendía a todo lo largo de la linea del tren. Para atravesarla e ir a la calle de en frente, había que pasar por un pequeño pradito, que en algunos lugares tenía pedazos de cimientos de lo que antaño pudo haber sido la caseta del peón caminero. Era un bonito lugar, estaba bañado por una luna llena, que nos recordaba lo innecesario de la luz artificial. Los arbolitos eran acariciados por una brisa tibia que soplaba. Mirando las orillas de la linea del tren, se podían apreciar las lucesitas de los cigarrillos. Habían muchos grupos de jóvenes, se escuchaban conversaciones, es decir, no todo el sentido, tan sólo frases. En momentos eran sólo murmullos, y a ratos se oía caer el silencio. Una frase que llamó particularmente mi atención fue: "lo más importante nunca se cuenta" pronunciado en un tono un tanto enigmático por una voz de mujer. Aquella frase me dio vuelta en la cabeza un par de minutos, luego, sin más, la olvidé.
K. estaba radiante como siempre, conversaba interesadamente con uno de sus amigos acerca de una pintura de Robert Delaunay, Le tour Eiffel, obra que a ella le obsesionaba mucho, incluso hizo una réplica de las muchas variaciones que llevó a cabo en su tiempo el pintor francés. Me gustaba observarla mientras hablaba, entre tragos de ron, escuchando, fumando su cigarrillo con fruición. Sus amigos no me causaron demasiada impresión la verdad, algunos vestían poleras negras, de bandas de metal, pelo largo. Conversaban entre ellos, de música más que nada. Cerca de las 12 de la noche se decidió que ya era hora de partir hacia algún lugar determinado y abandonar el consumo de alcohol callejero. Una llamada telefónica, y al cabo de un rato aparecieron dos colectivos. Nos subimos y empezamos a avanzar por las calles de la ciudad, me dio la impresión en algun momento que nos devolvíamos a Santiago. Al llegar a una rotonda torcimos hacia un camino que evidentemente nos llevaría a ningún lugar. Acabó el camino de cemento y nos empezamos a internar por un camino de tierra que lentamente comenzaba a empinarse, llegados a cierto punto empezamos a ver personas que ascendían. El camino era una verdadera polvareda, nos apeamos al llegar al final del camino, continuaba el sendero hacia arriba, pero el taxista nos dijo que no se aventuraba más allá porque las piedras le podrían estropear el auto. Bajamos y empezamos a ascender hacia ningún lugar. Más bien el camino parecía un peregrinaje, con fieles semi borrachos. A los costados se podía ver que había un barranco, en el fondo se hacía una garganta por donde corría un riachuelo.
K. me alargó un vaso con ron, me llegó un fuerte olor a limón. Que, no te gusta, me preguntó. Me gusta, le dije.Y este lugar te gusta, también me gusta, lo que no me queda claro muy bien es hacia donde nos dirigimos. Ya verás, respondió ella.
Llegados a cierta altura, y después de varios minutos de "ascenso", el camino hizo un giro a la izquierda y nos encontramos casi de frente con una explanada, que albergaba a la derecha un rodeo, y a la izquierda una ramada. La entrada de la explanada estaba repleta de autos a cada lado. Reconozco que quedé impresionado con el rodeo, era hermoso, estaba completamente iluminado y las galerías estaba llenas de jovenes bebiendo y conversando, había sido habilitada para ser usada por quien quisiera. Abajo, en la arena, los niños jugaban. Nos instalamos en la galería, me ofrecí para abrir una de las botellas, la destapé, incliné la botella y llené la tapa con ron puro. Me llevé la tapa a la boca y bebí el contenido, dejando que el ron me bajara por la garganta quemandome hasta el estómago. Se me humedecieron un poco los ojos. K. me miró. Estaba sentada con las piernas cruzadas y me sonreía. He bebido un poco de sprite para que no te emborraches, dijo. Comprendí y la besé. Volvía a erguirme y me llegó un aroma a empanadas,a pino, sopaipillas, ajo,vino tinto, y sentí que me encontraba en un lugar que dificilmente olvidaría.
La noche seguía siendo clara, de la ciudad llegaban sólo destellos, se escuchaba el rumor del tren de carga, el horizonte se perdía entre cerros.
Lo último que pude pensar aquella noche, y que lo leí de Jorge Luis Borges es que los recuerdos se evocan sólo una vez, cuando se recuerda algo por segunda vez, ya no será el recuerdo mismo, sino la imágen que queda de la primera vez que se recordó.
Ya no te tengo, ni quiero recordarte, y lo hago por ti

Hacia la Nada (III)

El día era oscuro, negro, ventoso, lluvioso, húmedo. Las luces del aula en la facultad eran claras. ¿Salimos juntos de ahí? Claro, avanzamos corriendo por Huerfanos en dirección al lugar donde sabríamos estarían nuestros compañeros. Grupillo nada más hermético en la lucidez, y sin embargo, extremadamente alegre en su interior. Lleno de fantasmas, de seres no-seres, de amigos entrañables, de poetas fracasados, de amantes de la poesía, de amantes de la música, de amantes de todo y de nada. Las conversaciones siempre son críticas descarnadas, cargadas de escepticismo, de burla e hironía. Generalmente hay acuerdos, uno habla, el resto calla escrutando cada palabra. Cuando no hay acuerdo se arma la de Dios es Cristo, que generalmente terminará con un perdedor inconsciente (de la mente, claro está)
Llegamos, nos unimos, los vasos cruzan, los pitos también. No vale la pena hablar de toda la gente que nos rodea. Siempre he pensado lo mismo, no puedes hablar mal de la casa del que te acoge.
Yo te miro, te veo tan serena, tan mujer, envuelta en abrigos, con collares de madera que juegan con tu pecho, en tu beatle negro, por el cual salen ondas de calor de tu cuerpo, hacia arriba, y suben, suben y suben ,formando un vaho espeso que yo quiero inhalar como cocaína. Entonces comienzo a toser, exhalando olor a cigarrillo, marihuana y alcohol.
Al cabo de unas horas los auxiliares de aquella universidad empiezan a guardar las sillas. Claro, es hora de irse. Entonces comienzo con mis putas cavilaciones de hueón ebrio. Le digo o no, me voy , la invito, nos vamos juntos,salgo yo después, cosas de ese estílo.
K. Descubre mis pensamientos, como si yo los estuviese publicando en una maquina de escribir vieja y ella estuviera a mis espaldas, respirandome en el oido.

Lo que sigue es una larga carrerilla hacia San Martín, buscando un teléfono para que ella llame a su casa en Provincia. Recuerdo que estabamos empapadísimos, mojados hasta las alitas. En casa hubo un desfile de toallas, de ropa húmeda, de calcetines mojados, pero la ropa interior esta sequísima, curioso ¿no?.
Recuerdo que sentía la lluvia caer, ocilaciones, lagrimas en mi pecho, el calor de un tren que necesita imperiosamente llegar al cielo. La habitación está cálida como una panadería a las 4 AM. Los pensamientos pasan velosisimos, nacen, mueren, suben, vuelven a subir, en busca de la nada, del sin fin, viendo como la tierra se mueve, que va quedando debajo de nosotros.
De la ventana la siento dormir, miro hacia afuera, es noche cerrada, es allá a donde vamos todos, pienso, a la nada.

Hacia la Nada (I,II)


Aunque quisiera, no podría olvidar fácilmente la historia de aquella chica. Bueno, para no tener problemas la llamaré K.

BUSCAD Y ENCONTRAREIS ?


Una antigua novia me dijo una vez: fíjate en los que se sientan adelante, ellos son los "mateos", los que "saben", ve con ellos y verás que simple se te va a hacer la univesidad. En clases me sentí un poco estúpido, lo reconozco. Algo avergonzado me acerqué a ella y le pregunté si le gustaría estudiar conmigo. Ella me miró con su sonrisa fácil, me mostró todos sus dientes delanteros, bonitos, blanquitos. Nada malo te puede hacer una sonrisa así, me dije. Ella era bajita, le decían chica, y claro se sentaba adelante.

2) CON EDAD DE SIEMPRE,
SIN EDAD FELIZ.
Gabriela Mistral

La veo sentada al lado mío, entre nosotros 300 pesos y un pito de cogollo. Fumamos, y comienzo a decir idioteces. "Cuando me vuelo contigo siento que vuelves a ser mi amiga". Que pelmazo. Ella viste un polerón con capucha plomo, sus ojos ya son míos, o sea que estoy cagao, ya no la puedo olvidar. Esta es una prueba irrefutable de que me gusta en demasía, casi me duele pensar en ella. No se a ustedes, pero a mi me pasa algo curiosisimo. Al principio, cuando una chica me gusta un poco, y pienso en ella por las noches, juro que no puedo representarme el rostro de la chica, es imposible, no puedo y no puedo.
Ella sí que esta en mi, es más verdad que el pan y la tierra, como diría Joan. Levanto la vista, Av España está tranquila a esa hora de la noche, estoy pisando cemento de adoquines. Mi mente vuela en aquella acera, se va a posar en sus pelos lizos, lizisimos. Luego bajo por sus hombros, miro el hermoso bulto que hacen sus pechos torneados, pero no siento una erección. No me mal entiendan, lo que quiero es dormirme en medio de esos pechos y soñar con la libertad, luego puede venir la erección. En el centro del polerón, un estampado : UCLA dice. Claro, su viejo le manda ropa de Estados Unidos. Eso es lo que hace su viejo, le manda plata, le paga la U, le paga la pensión. Eso es lo que hace su padre, le manda plata, le paga la U, le paga la pensión. ¿Me comprenden?.
Tu no lo sabes K, pero yo te veo llorar por dentro. Yo te veo pequeña jugando, jugando con tu madre, agitando con tu manito el agua de un jarrito azul. Te veo caminando a mi lado, tomando mi mano , no mi mano, mi dedo meñique. Llegamos a la puerta de tu pensión, que parece una verja de cementerio. Me miras a la cara, me dices que quieres que seamos amigos, yo te digo con los ojos que te amo. Doy media vuelta y me río, con una risa que da dolor de cara. Doy media vuelta y siento el peso de mis pensamientos, de mis pasos, de las luces que me aplastan. Pienso en tu viejo, que te paga la U, que te paga la pensión, que te da plata. Gruesos nubarrones oscuros de rencor cubren mi mente. Trato de ahuyentarlos ensayando tus pechos que son suaves como una mejilla con fiebre(1).

(1)Efraín Huerta.

El viajero y los Vagabundos Ilustrados

Es inminente, me voy a morir, se dijo a sí mismo Andrade. Recordaba que el médico se lo había dicho en un tono muy delicado, estudiado. Andrade escuchó lo primero que dijo el médico, luego sólo hizo como que le escuchaba, porque en realidad le impresionó profundamente su situación, no la de que se iba a morir, sino la irrealidad del momento que estaba viviendo. Miró al médico. Este hombre al salir de acá, volverá a su casa, verá a sus hijos. Hará el amor por la noche con su mujer, pensaba Andrade, que estupidez. Vamos, cálmate hombre. Salió del hospital derrumbado, le temblaban las piernas. Y ahora, y ahora, y ahora, se repetía desesperadamente. Ni siquiera tengo a quien comunicarle esta noticia, a nadie le va a importar, no tengo a nadie. No le preocupaba mucho esto último, siempre, desde joven estaba acostumbrado a vivir solo y a llevar sus cosas adelante, salvo ciertas ayudas que le daban algunos parientes. Además, sí tenía a alguien, un hermano, que vivía lejos en el extremo sur, con quien no había cruzado palabra desde hace ya 7 años. No se porqué le llamaría, pensó, Debo tener fuerza, afrontar esto solo. Ya alguien dijo por ahí que nacimos solos y moriremos solos. Además, no todo es tan malo, bueno en realidad es malísimo. Siempre he estado solo. Ahora estoy solo y enfermo, aunque no me siento enfermo, el médico dijo que en cualquier momento se puede declarar la enfermedad, por ahora duerme, esta latente. No tiene ninguna importancia, se dijo a sí mismo, las cosas son como son y he de afrontarlas como vienen. Inspiró, exhaló e inició el regreso a casa. Caminaba por Av Descolorida. Sólo unas cuadras “más alla” está mi casa, pensó. Torció en el pasaje El Átomo y llegó a casa. Estoy vivo, se dijo. Y ahora, se preguntó. Ahora debo presentar cuanto antes los papeles médicos en el trabajo. Obtendré la licencia más extraña que haya recibido en mi vida. Será divertido ver a mi jefe. Abrió la llave del agua en la cocina, se sirvió un vaso. Luego hizo algo que hacía todas las mañanas antes de partir al trabajo, se miró al espejo, sigo siendo yo, pensó. Sus piernas ya no temblaban, se sentía de algun modo, mejor. Ahora haré lo que he querido hacer toda mi vida, escribiré un libro. Toda mi vida he sido un lector empedernido, ahora quiero aprovechar el tiempo que me queda para escribir uno yo mismo. Me conformaré con que sea una sola persona la que lo lea. Lo importante es escribirlo y que alguien lo lea. El hecho de que no sea un buen libro no tiene ninguna importancia tampoco, que sea un mal libro no es importante. Además cuento con una ventaja importante, que es que no hay problemas con el asunto tan temido entre los escritores: el fracaso. Yo en cambio me consideraré un fracasado si no logro terminar el libro que me propongo. No voy a darle el gusto a la muerte de llevarme sin haber conseguido mi último deseo. Cuando muera no es importante, supongo que no será muy luego, pero Dios, quiero gozar del tiempo suficiente para sentirme un hombre feliz, e irme a morir lejos como un gato. Sin ser visto por nadie, en soledad.
No podré soportar el paso de los días, a la espera de la muerte. Tengo que ocuparme en algo, refugiarme en algo que mantenga mi mente en constante movimiento. Comenzaré cambiandole el nombre a la palabra “muerte”, la llamaré “el viaje”, algo que habría hecho gustoso toda la vida. Conocer aquellas ciudades que estimularon mi mente durante tardes y tardes en la biblioteca, en mi habitación. Paris, Ciudad de México, Madrid, Barcelona, etc. Me gustaría ver por ejemplo a Hemingway en Madrid, en Cuba. A Enrique Vila-Matas joven, tímido, obsesionado con su primer libro en París. A Roberto Bolaño recorriendo en camión lugares del D.F, salvando distancias entre sus amigos poetas mexicanos. Recorrería el Londres de Conan Doyle, bueno, sus libros pertenecen al siglo XIX, pero que mierda, tendría una larga conversación con la muerte, o sea con el “viaje”, le seduciría, le hablaría de Sherlock Holmes, de los personajes de Tolstoi, le suplicaría que me llevara a esos lugares, antes de llevarme a mi “viaje final”.
Y he aquí que se produjo un notable estado de ánimo en Andrade, su enfermedad estaba por completo olvidada por un par de minutos. Se entusiasmó muchísimo, se sintió que podía de todas maneras, contra toda adversidad, ser FELIZ. Recordó unas frases de Enrique Vila-Matas que se ajustaban al dedillo con sus sentimientos. Mientras más cerca se vive de la tragedia, menos esta puede afectarle a uno. Y recordó también otra frase, de Séneca. El éxito es un horror, porque depende del juicio de los otros. Esta frase de alguna manera le gustaba mucho. Amortiguaba el deseo casi inherente del ser humano de pretender trascender.
Luego lo que vino no fue tan fácil. De que hablaría su novela, cual sería el nombre de esta, cuantos personajes incluiría, donde la situaría. Sería una historia feliz, trágica, cómica. Era verdaderamente abrumante pensar en estos detalles. Andrade tenía una educación en cuanto a Literatura bastante rica, pero era muy distinto leer un libro que escribirlo. Que pasos tendrán que dar los escritores para iniciarse en esto, se preguntó. Decidió que lo indagaría.

Caía la tarde. Javier Andrade hirvió leche, merendó y subió a su habitación. La casa era pequeña, dos pisos, abajo living, comedor, cocina y un baño con ducha. Arriba su habitación y un pequeño baño. Se tumbó en su cama y a los pocos minutos se durmió. Despertó a las cinco de la mañana sobresaltado, sudaba por todos sus poros. El colchón y las sabanas estaban bañadas en sudor. Se levantó y caminó hacia la ventana. Estoy vivo, se dijo. Inmediatamente le entró una rabia incontrolable. Eres un cobarde, un estúpido cobarde, aprovecha la vida que tienes, te vas a dejar vencer ahora, no te das cuenta que estas vivo. Se calmó un poco, paulatinamente fue encontrando lo bueno, o lo rescatable de su siatuación. De todos modos, se dijo, he tenido una vida buena, entre ellas por ejemplo, he conocido el amor, esto es algo que no todos tiene la suerte de sentir. Si, he tenido una vida buena. De pronto se entreabrió la puerta de la habitación. Andrade vió la sombra de algo pequeño que entraba. Era Ulises. Saltó a la cama, y le quedó mirando, como esperando el comentario de Andrade. "Que, ¿haz hecho muchas travesuras hoy?. Eres un gato con suerte ¿lo sabías?. Has sido un buen compañero, vivirás más que yo, vivirás por mí". Sus ojos empezaban a acostumbrarse a la penumbra de la habitación, se hizo visible una fotografía de Salvador Allende, había colgada también una lamina de un cuadro de Paris. He de aprovechar lo que me queda por vivir, programó la alarma a las ocho de la mañana. Entre juegos y juegos nocturnos de Ulises se durmió nuevamente.


Pobre de Javier, seguramente el se habrá expresado así refiriendose a mí en algun momento. El bueno de Javier, he de ir a visitarlo ahora mismo, esta noticia lo debe tener destrozado. Le llevaré los dos discos que le debo de Bach, aunque, pensandolo bien, esperaré un día más. Pablo hervía agua caliente en una olla, atizaba el fuego y a la vez desplumaba unas palomas que había cazado. Vivía bajo una carretera urbana, en el lado sur de la ciudad. Para él, Pablo, no tenía ninguna importancia vivir en la calle, era feliz. Vivía solo, le acompañaban siempre los mecánicos, una pandilla de 6 perros, cual de todos mas tiznados con aceite de auto. Pablo se preparaba a cocinar las palomas, los mecánicos pululaban alrededor de la olla impacientes. Tenía por costumbre comer con ellos. Somos una condenada familia, aquí nadie se pelea, me oyes capone, le decía a uno de los mecánicos, el más grande, que tenía aspecto matonezco. Luego, después de almorzar, continuaba su rutina, sacaba su radio cassette portátil – unico recuerdo de su vida anterior- y se dormía con Back, Chopin, Verdi, Wagner, Beethoven o cualquiera de los clásicos. Su vida hasta ese entonces había transcurrido relativamente tranquila, esto debido al buen carácter de Pablo. Al principio, cuando encontró aquel lugar, muchas veces despertó con un cuchillo al cuello. Le salvaba su amistad con la mayoría de quienes habitaban por ahí, incluso de algunos policías. Que, eres amigo del Culebrón, pues haberlo dicho antes, dile a ese mamarracho que me debe tre sopes, a ver si un dia de estos me visita, y el atacante se alejaba riendo, mientras Pablo quedaba con los interiores empapados.
Por la tarde, Pablo recorría los basureros y demases en busca de la cena, acompañado de los mecánicos. Vagaba y vagaba por el centro de la ciudad. Se detenía en las tiendas de música, observaba y observaba los discos de música clásica, se deleitaba pensando en las piezas que habrían en aquellos discos. Su máxima felicidad la experimentaba cuando pasaba por el Teatro Municipal, lugar que había visitado sólo una vez, en su juventud. Las cuatro estaciones de Vivaldi.
Pablo estimaba mucho a Javier, todavía recuerdo el día en que se conocieron, estabamos sentados en un café con Javier. Yo estaba muy interesado escuchando a Javier, que me contaba algo acerca de una bebida que bebía uno de los heroes de Hemingway, Robert Jordan, en Por quien doblan las campanas, inspirado en un norteamericano que efectivamente luchó defendiendo La República en España. Ajenjo era el nombre de la bebida, que según Hemingway era como una medicina, un verdadero mata ratas, que cambiaba las ideas. De pronto Javier quedó paralizado, absorto mirando por la ventana del café. Miré afuera, y la verdad, la escena no era para menos. Pude ver a un vagabundo, vestido con los peores harapos que he visto, parecía un personaje descrito por Tolstoi. Los colores de su ropa eran indefinibles. Estaba de pie, sostenía en su mano una radio cassette portatil y un cassette que se disponía a poner en el aparato. Estabamos los dos -Javier y yo- mirando con la boca abierta, totalmente enfrascadados en el vagabundo. Al cabo de un minuto de contemplación, observamos que enfrente de la calle había un policía, que no cesaba de mirarle. El policía cruzó la calle hacia Pablo, inmediatamente Javier, a la manera de Sherlock Holmes, me dijo, vamos Watson, es decir, vamos Roberto, y salimos a la calle. El policía le pedía explicaciones al vagabundo acerca de aparato. De donde lo has sacado malandrín, pero si es de mi propiedad, replicaba el vagabundo. No me cuentes cuentos, insistía el policía, de donde lo has robado borracho. Llegados a este punto, Javier se acercó al policía. Yo se lo he regalado, algun problema oficial. El policía interrogó con la mirada a Javier, luego miró al vagabundo. Es cierto eso, le preguntó, Pablo asintió. El policía nos hizo un ademan de saludo y se alejó. Volvimos a entrar en el café.



A Mariano lo conocí cerca de mi casa, en la carretera, era un carterista. Lo habían cogido tres chicos de mi sector, iban armados con cuchillos y un arma. Le tenían en una esquina. Yo pasaba camino a mis cartones, es decir, a mi casa bajo la carretera. Esta era una escena relativamente normal, no había que meterse, no era conveniente. Sin embargo, lo que escuché del acorralado me hizo entrometerme casi por principios. Porfavor, yo sólo soy un ladrón músico, robo para comprarme una flauta traversa, escucharme porfavor, decía Mariano. Pablo se acercó y dijo al grupo - que se hacían llamar los Impostores – que conocía al sujeto. "Tu conoces esto, Pablo, debes darnos algo por esta presa" Pablo asintió, y de entre sus harapos sacó su preciada radiocassette protátil. "Con esto bastará" les dijo. "Adios Pablo" le contestaron los Impostores. Mariano volvía a respirar en la esquina. Estaba bañado en sudor y tocía. Pablo le miró. "Vamos a mi palacio" dijo. Avanzaron un trecho de medio kilómetro bajo la carretera. Ambos callaban. Casi llegados al cubil, salieron a recibirlos los mecánicos. De esta si que no escapo, pensó Mariano. "Tranquilo, te presento a mi familia, son todos inofensivos, y estan siempre hambrientos" dijo Pablo, mientras desenterraba algo entre los diarios y cartones. "Me llamo Mariano. Soy de Liviena, y he venido a esta ciudad porque quiero ser músico. Supongo que estoy bien encaminado". Pablo, al estílo de un mago sacó de la nada una botella de Ron, cogió dos vasos de una especie de tarima, armada con dos tarros de pintura y un madero. Bebieron varios vasos, Mariano le dio las gracias y le prometió para el siguiente día una radiocassette portátil nueva. Que precisamente él sabía de un lugar donde las vendían baratas. Luego le explicó que robaba en las calles para comprarse una flauta traversa, que era su pasión, desde niño. Vivía en una pieza que arrendaba en un suburbio del lado norte de la ciudad, y a la cual no pretendía volver por el momento, esto último porque a la dueña, dama bastante recia, debía cuatro meses de arriendo. "Te sabes piezas clásicas en flauta traversa, Mariano" preguntó distraídamente Pablo. "Pues claro" contestó Mariano. "En el conservatorio es eso de lo que más se aprende, Pablo". Siguieron bebiendo en silencio. Pablo era de pocas palabras, sin que ello le hiciera parecer huraño. Me gusta escuchar la música del mundo, decía. Siempre recordaba una entrevista que vio de un Profesor de Historia de la Astronomía, que creía que el orígen del Universo, estaba ligado a una melodía, a la primera melodía. La teoría estaba publicada en un libro que Pablo había comprado, se llamaba Coito de Estrellas. Esto parece una broma, pensó Pablo, comenzó a hojear las primeras páginas, cerró un momento los ojos, tratando de escuchar esa melodía, Nada.
Comenzaba a anochecer, Pablo juntó algunas tablas, papeles e hizo un fuego. Les quedaba todavía un poco de ron. Mariano sacó de su morral unos bocadillos. Los mecánicos sonrieron a coro. "Venga" dijo mariano, "todos a comer". La noche se avecinaba tranquila y tibia, de arriba llegaba el ruido de los autos que pasaban.



Llegaron a mi casa por la tarde, casi al anochecer. Pablo venía con otra persona, un tipo bajo, grueso, de unos 35 años. Abrí la puerta, Pablo me miró en forma extraña. "Ya lo sé, Javier, creeme que lo siento", me derrumbé.
Y es que Javier hasta ese entonces, no recordaba practicamente su enfermedad. Había comenzado su novela, y se sentía muy bien. No tenía preocupaciones, estaba completamente abocado a su novela. Por las noches dormía como un bendito, no tenía pesadillas y su vida era completamente normal. "Estoy escribiendo una novela, Pablo, y me gustaría que la leyeras cuando la termine" dijo Javier sonriendo, ya repuesto de sus emociones. "Será un honor Javier, amigo", "quien viene contigo, Pablo" preguntó mirando al desconocido que tenía enfrente. "Hola, me llamo Mariano, soy ladrón- músico, pero me parece que una de las dos carreras no tiene futúro", dijo adelantandose a las presentaciones de rigor. "Claro", contestó Javier, "los músicos se estan muriendo de hambre", replicó Pablo. Los tres estallaron en una carcajada. "Porfavor, tomen asiento", dijo Javier. Fue a la cocina y volvió con tres tazas y una botella de Brandy. Mariano buscó en su morral mágico, sacó un paquete de papel de diario, lo abrió y comenzó a liar un cigarro de marihuana. "Pero que bien, Mariano, eres una caja de sorpresas", dijo Pablo.
Estuvieron hasta muy tarde, hablando de musica y de libros. Javier se sentía mejor que nunca. Les explicó muy someramente el tema del libro, intencionadamente no quería que se enteraran de la trama en general, les hablaba sólo de pasajes, de situaciones, mostrando solo la punta del iceberg. Recordó a propósito de esto una cita de Hemingway: “Lo más importante nunca se cuenta”. De hemingway, Javier admiraba la veracidad para contar las historias. La manera como manejaba el peligro de una situación, sencillamente magistral. Recordó también, cuando leyó Por quien doblan las campanas, en un solo día, veiticuatro horas seguidas, lloró por los personajes, amó a cada uno de ellos. Las letras de ese libro quedaron en su corazón grabadas a fuego. Javier pensó que Hemingway debió haber querido mucho los pinos. Varios capítulos de aquella novela comenzaban hablando de agujas de pino. En el final del libro, Javier apenas si podía ver entre lágrimas, las borrosas letras. “Podía sentir su corazón latiendo”.Anocheció, Mariano, entre borracho y elevado, pidió a Javier la ducha. Se quedarían en casa de Javier aquella noche. " Porque no vienen a vivir aca, conmigo", dijo Javier. Pablo no quizo saber de esto, la idea no le parecía en absoluto, inventó que debía cuidar a su familia – los mecánicos-, pero, eso sí, le visitarían con mucha frecuencia. "Quiero ver como progresa tu novela, Javier". Pablo le entregó unos discos Javier le había prestado. Los sacó de una radiocassette portátil muy bonita. "Pero hombre, que aparato traes ahora, Pablo, de donde los has sacado", preguntó Javier. Un tanto avergonzado Pablo le explicó que era un regalo de Mariano, por haberle hospedado en su loft, un par de noches atrás. Rieron, salieron un momento al patio de la casa, contemplaron en silencio el cielo estrellado, hermoso. "Debo confesarte algo, Pablo. Puede sonar un poco extraño, pero es la pura y simple verdad". Pablo le miró un tanto turbado. "Desde que estoy enfermo... ", se corrigió. "Desde que me han dicho de esta enfermedad, mi vida ha cambiado, ahora veo las cosas de otro modo, mentiría si te dijera que soy el hombre más feliz que pisa la tierra, pero puedo decirte que no me rendiré ante nada. Un hombre puede ser destruído, pero no derrotado". Pablo sonrió, alegrandose de tener un amigo como Javier, valiente, alegrandose de él mismo, de vivir en la calle, de tener una familia de perros, de soñar, de tener tan poco, y aún así, sentir que llevaba una vida buena.

Thursday, July 13, 2006

Años perdidos

Por esos días me temblaba el pulso con cuática. Por la noche llamaba a mis amigos casi inconsciente. Recuerdo que al otro día me llamaban de vuelta para contarme las obscenidades que les había dicho la noche anterior. No me sentía avergonzada, para nada. Era como si me contaran cosas de otra persona. No me importaba, como tampoco me importaban otras mil cosas. Mis viejos se habían separado hace ya varios años. En mi casa éramos mi vieja, mi hermano y yo. Mi hermana mayor ya se había titulado de médico y vivía en Algarrobo. Una vez a la semana iba a pasar unas horas con ella, además de vernos en la consulta del médico que nos trataba a las dos la depresión endógena. En el colegio me iba como las hueas, no quería estudiar, no quería nada. Seguía hacia delante por que simplemente era preciso seguir viviendo.

Bueno, por esos días conocí a un chico. Yo contaba 17 años y él creo que 24. Se llamaba Fabián, trabajaba en una oficina de contabilidad o algo así. La primera vez que nos vimos fue una tibia tarde de noviembre en el centro de Viña. (Ahora hace frío y hay temporal, estoy desabrigada, pero no tiemblo) Fuimos por ahí, nos tomamos un par de cervezas y lo pasamos re bien. Me gustó harto Fabián. Sentí confianza en él casi de inmediato. Nos juntamos después muchas veces, a almorzar, a tomar once, a mi casa, a caminar por Valpo o Viña, me divertía caleta con él, me hacía reír, cosa que yo tenía súper olvidada. (Ha empezado a llover, me duelen las gotas en la cara) A veces me llamaba al celular tipo 1 de la tarde en la semana, yo salía de mi colegio y nos íbamos a almorzar comida chatarra, era nuestra droga. La comida chatarra como digo era la droga de nadie, las pastillas mías, y los pitos de Fabián. Una noche nos juntamos en Belloto, yo le iba a pedir plata a mi viejo. Cuando llegamos a la casa, Fabián me preguntó porque había tantos pescados en la casa, en las toallas, pintados en las paredes, en el plumón, en el sofá. Yo le dije que mi viejo tenía todo un rollo con el mar, incluso de fondo se escuchaba una canción que efectivamente te podía transportar al fondo del mar. Fabián me sonrió como diciendo: cuicos excéntricos. Pero a mi no me importó, porque yo estaba segura de que él nunca me dejaría, siempre sería mi amigo. Estábamos ahí parados observando la habitación de mi freak padre, cuando él mismo en persona se presentó, saludó a Fabián muy protocolarmente y posteriormente nos invitó a hacerle los honores a aquella visita con unos vinos gallegos que a Fabián le supieron de “puta madre” como él decía. Yo probé un par de vasos solamente, pero entre los dos se tomaron 3 botellas, y me dio la impresión cuando nos despedíamos que mi papá no quería que nos fuéramos. Extraño, muy extraño, sobre todo por algunos palos duros que le di. “Después de los 50 años no te queda otra que quebrarte” le dije en un momento que me daba cuenta que alardeaba un poco delante de Fabián. Caminamos unos minutos por un sendero oscuro que daba al troncal, para luego enfilar a Viña. Fabián me dijo: Paremos, tengo un caño. Nos sentamos en unos columpios y Fabián me dijo que eso de quebrarse fue un poco fuerte. Y a ti que te importa hueón, le dije. Rompí a llorar, mientras encendía el pito que Fabián me ofrecía sonriente. Te quiero, le dije y lo besé. Sentí calor, mucho calor, me entregó sus labios como nadie lo había hecho antes, acto seguido al desprenderse nuestros labios me dijo: madura hueona, madura. Me apagué inmediatamente, finalmente me sentí feliz, todo esta intacto, pensé.

Nadie me escuchaba como él, toda su persona estaba en mi cuando le hablaba, era como tener sexo visual. Media hora podía estar viéndome hablar y llorar. Media hora, sin pestañar, luego me abrazaba y me decía de manera muy convencional que “eso era común”, “que se me iba a pasar”, “que de algún modo el también lo había vivido”, y cosas por el estilo. Paulatinamente empecé a darme cuenta que la dosis de pastillas que en un principio tomaba ya no tenía que ser 5 o 6, ya no teníamos que verterlas en la cerveza e ingerirlas. Fabián las tomaba de volao que era, pero yo las necesitaba, bueno, a veces no era necesario tomarme 5 y echarle 5 al copete, creo que lo hacía por acompañar en el ritual a Fabián, pero a mi no me hacían ni cosquillas comparado con el estado en que quedaba mi drogo amigo. Comencé a darme cuenta de una extraña dependencia hacia él, ya no eran las pastillas, era su presencia, sus abrazos, sus consuelos lo que necesitaba, imperiosamente, desesperadamente. Me asusté, me asusté mucho. No sabía si contarle lo que me pasaba o no. El se daba cuenta de que mi pulso estaba ya casi normal. Me tomaba la mano, la sostenía en el aire y me daba un beso de doctor en el pelo. Ya casi te mejoraste Mariela, me decía, casi tan entusiasmado como si el que se estaba mejorando era él. Sólo nos falta terminar con los llantos, agregaba. Yo lo miraba casi desconsolada, tratando de hacerle entender con la vista que ya no eran las pastillas, sino él. A ver a ver a ver Mariela, me decía, mientras andábamos por los miradores de Valpo, subiendo escaleras, tomando pasajes, laberinteando, buscando nuestras identidades, buscando un lugar donde refugiarnos, buscando colillas de alegría, tapas con olor a “meao” de gato, olor a humedad de madera vieja, postes con islitas de tierra, rodeadas por abismos de cemento mal hecho, luchando contra el viento sur en la esquina de un pasaje que comunicaba con el abismo, con la dispersión, con la nada. “Eso es lo que somos Mariela, tu estas olvidada a tu manera, yo a la mía. Yo soy tú, y tú eres yo. Somos una cosa, un conjunto, nos complementamos, yo te quiero y tú me quieres. Nos queremos, mantengamos esto ¿quieres? Sigamos siendo felices, sigamos apuñalando cosas que no queremos, que si queremos, pero en realidad no queremos. Seamos la excepción a la regla que todos quisieran, seamos la envidia del amor dual, agarremos a chuchadas a las concertaciones, riámonos de la unión universal, de las tardes de sol de la mano, ¿quieres?”. Llegado a este punto del discurso, yo estaba medio muerta, medio apabullada, sin ganas de contestar, colgada de su cuello, presa de una emoción difícil de explicar, de una tristeza difícil de soportar, viendo como se hacían charcos de mis lágrimas en sus hombros, con una bola que me cortaba la respiración, que me hacía respirar por el pecho y el sexo, apretada, plegada. Fabián me tomaba de las mejillas, me secaba las lágrimas, me limpiaba la cara, me ordenaba el pelo, recorría limpiamente mi cuerpo con su mano buscando alguna imperfección emocional, ya presto con algún beso para operarme y me decía: Madura hueona, madura. Nos recostábamos en el pasto de alguna placita en la Av. Alemania, dominando el puerto, y podíamos estar media hora a carcajadas riéndonos. Media hora, media hora deseando que ninguno de los dos madurara, tan sólo enamorados de esa expresión, tan poco nuestra, tan exenta de nuestras cálidas mentes. Nunca, nunca voy a madurar Fabián. Madurar es morir, y morir es madurar, madurar hacia el suelo, convertirse en mermelada, en una hoja de diario volando por los cerros, sin destino, sin futuro. Volando hacia el sin fin. Nunca, nunca me sentí tan viva, tan mujer, nunca me hicieron sentir tan mujer. Era todo un mundo el que se me abría, que estaba ahí.

Por las noches padecía insomnio, bueno, no lo padecía, me encontraba perfectamente. En el día no andaba con sueño, era un insomnio saludable. Mi mente volaba por las calles que en el día recorríamos, pero lo interesante era que de pronto me veía en lugares de ensueño. Las caminatas diurnas y nocturnas eran un puente hacia otra cosa. Algo que no existe, que no esta tangiblemente aquí, pero que siento en mi pecho, como si fuera parte de mí misma. Las horas nocturnas eran lentas, placenteras y aprovechadas al máximo, cada una como si fuera la última. Mis manos ya no temblaban, mi pulso era normal. Decidimos con Fabián extender nuestras correrías nocturnas, previa aprobación de mi madre, pero en el fondo daba igual la hora, porque mamá tomaba unas pastillas que la dejaban inerte hasta el día siguiente. Fabián se quedaba en casa, en la habitación de las visitas. Llegábamos como a las 2 de la mañana a casa por lo general, asaltábamos la cocina. Jamón ahumado, leche, comida del almuerzo, queso, fideos, canelones, o lo que hubiere. Fabián entraba en su habitación, se descalzaba, y subía detrás de mí. Mi habitación tenía muchas alfombras en el suelo, mi cama era lo suficientemente grande para los dos. Nos desnudábamos mutuamente, como si ambos tuviéramos la imposibilidad de hacerlo solos. Nos necesitábamos para ello. Nos metíamos en la cama, nos mirábamos de frente, cara a cara, dejando que las formaciones de nuestros cuerpos se entremezclaran, y reíamos bajo, perdonando a todo el mundo, perdonando los cuadros de las paredes, perdonando las alfombras, perdonando el viento en las persianas, perdonando las luces nocturnas que se colaban hacia la cama. Fabián se acurrucaba en mi pelo y me decía que estaba muerto, que no le moviera de ahí, luego callaba, a los dos minutos lo empezaba a mover, a llamar su nombre, nada, ninguna respuesta, ningún suspiro, nada. ¡Fabián! Gritaba fuerte, pero bajo, entonces él giraba hacia mí, y podía sentir entre mis piernas su erección, que jugaba en mi vello ensortijado, y entonces ya no era Viña donde estábamos, era otra ciudad, era Troya, todo en llamas, nos amábamos y yo sentíamos que hacía el amor como si estuviera mirando al sol con los ojos cerrados. Y mi felicidad subía, subía, subía, y hacía una cabriola en el aire y luego era todo caída, todo era devolverse a Viña de nuevo, paulatinamente empezaba a sentir como se mecía el mar de Caleta Abarca, el mar de mi corazón, y el mar de la figura de Fabián. Luego volvíamos a reír, a sonreír, a compadecernos de nuestra felicidad. Cualquier pretexto era válido para retardarle la vuelta a su habitación. Simulaba poner el reloj a las 7 am., una hora antes de que mamá despertara, pero lo dejaba a las 6 am., el reloj sonaba y le decía a Fabián que tenía que irse a su habitación, dos minutos después seguíamos acurrucados, pero en su habitación, abrazándonos a reventar para calentar las frías sabanas, para entibiar la mañana. Tú eres yo, y yo soy tú, le decía al oído. Fabián entre sueños sonreía y me decía: madura Mariela, madura.

Bueno, mamá estaba demasiado absorta en sus problemas como para dedicarse de lleno a mí. Estaba encargada de la enfermería del colegio al que yo asistía, hecho sumamente incómodo para mi. Más de una vez me valió burlas desagradables por parte de mis compañeras. A ella no le interesaba ejercer la medicina en un hospital, se encontraba relativamente cómoda con ese puesto. Volvamos a la mañana. A las 7 a.m. ella se levantaba. No se molestaba en ir a ver si su hija estaba cogiendo con el amigo, pasaba directamente al baño, en forma mecánica, estudiada. Media hora después, si me levantaba en puntillas, podía verla abajo desayunando. 10 minutos más tarde se oía la puerta principal de la casa que se cerraba. Me quedaba unos minutos más en cama, por si mamá regresaba. Nadie, silencio, se oía ese “silencio” hermoso cuando no hay “adultos” en casa. Algún reloj, algún tica tac, el leve sonido del refri, haciendo vibrar los bordes de los vasos de leche, precipitando al suelo las migas de pan, de queque, de mermelada, de manjar. Haciendo temblar la cuenta de la luz, del agua, del teléfono, haciendo vibrar una que otra foto de mi infancia. Mi hermano colgando de un plátano, mi padre de una frutilla y yo al borde del telepizza, sin ánimo para enderezarme, sin ganas de caerme. Buscando una orillita metálica para verme, para sonreírme, para darme un beso y empañarme.

La mañana esta nublada, veraniega, que te hace salir abrigada para desabrigarte una hora después. Cigarros en la cartera, pañuelos desechables, un celular olvidado con una carcasa rosada, que cuando lo veo me sonrojo. Al fondo de la cartera esta ahora. En el fondo del mar, antes de Av. España, por la carretera del mar sale volando, a soñar con los peces, liviano, livianito, sin batería, con una memoria completa de números a los que nunca quise llamar. Ahí va mi pasado, ahí espero dejarlo, en el fondo del mar, en silencio. “Con silencio de piedra submarina” me dice Fabián. Vuelvo la vista hacia el cerro, la niebla es como una alfombrita, como un pareo del cerro, como una lengua con jugo de piña seco, calladita, atenuando el ruido de la “5 oriente”, de la “verde mar”, de los autos, de los camiones con contenedores. De repente se desliza, pero yo no más la veo, nadie más. Se va, se va pa arriba, se va pal mar, deseando ser un navío magnifico, el mejor de todos. Se aparece Barón, ¡paf! Ya no pienso en nada, la mente en blanco. Escolares, mujeres solas, con niños, obreros, ¿quiénes son?, ¿Dónde estaban?, ¿Cuándo aparecieron? Ellos son nosotros, nosotros somos ellos. A fuego, a fuego se me graban, los sostengo en la mano y no soplo, me quemo viva, la piel se me chamusca, mi vista es otra. ¡Ahora!, Ahora los veo. Empiezo a llorar, Fabián ayuda a una señora con un bolso, sube a la micro de nuevo. Yo me tapo los ojos, mi cara es una brasa ardiente, empiezo a apagarme. Un obrero me sonríe, le ofrezco un cigarro, le sonrío, y sin más, Fabián y yo nos bajamos.

La mañana se hace larga, se extiende en miles de pasos, miles de pies que caminan por calles angostas, altas, con edificios oscuros, gentes de traje, con urgencia de recados que se pierden en construcciones laberínticas, con entrepisos fríos, con ascensores que descienden hacia buhardillas misteriosas, con insignias extrañas, fotografías grasientas, recortes de diarios viejos, cuajados en colonias baratas y entregados a un aire viciado, en una oscuridad rancia, pérfida. Fabián me cuenta que no es difícil encontrar droga en estas calles. “Los porteros, los porteros la llevan Mariela”. ¿Cómo es posible?, Estos hombres son alegres, sonrientes, relucen a la mitad de sol que les cae, un sol obstruido, reprimido, que entibia de la cintura para arriba. No acabo de pensarme todo esto, y me doy cuenta que efectivamente estamos entrando en un edificio antiguo, descendimos. Ante nosotros en la planta baja, enmohecida por la humedad, un hombre de unos 50 años nos mira insistentemente. Todo es muy simple, “dinero-mercancía-filosofía”, me dice Fabián, barata y callejera, ambas, la marihuana y la filosofía. Volvemos a la calle, las fuentes de soda nos empiezan a recibir con sus olores a carne con papas fritas, a escalopas, colaciones, chorrillanas, desayunos y toda clase de aromas que colman la estrechez de Prat, de Condell, de Blanco. Por Urriola vemos bajar estudiantes de arte, se les cacha al vuelo, otros se pelean una esquina pa retratar el Turri, otros andan hediendo a pescado, y otros simplemente “andan pasados a caca” según Fabián.

La niebla matutina ya se ha disipado por completo. El sol azota la costa, cada cuadra de sombra es interrumpida por una fracción de luz. De aquí no me voy, de aquí no nos iremos nunca, esta ciudad retiene nuestras mentes. Ahora parece que el cerro se nos va a venir encima, con su arquitectura imposible, con sus casitas colgando, con sus gentes pendiendo, pendiente del mar, pendientes de ti y de mí. Tu edad me refiere a tu nombre, y tú nombre a tu rostro, pero tú no tienes rostro, eres una postal de luces continuadas, titilando en una cámara con filtro especial. Déjame quedarme a tus pies, déjame morir aquí, en tu falda, en tus rodillas. ¿Eres una persona o una ciudad?, ¿De dónde eres Fabián? ¿Existes? Te veo caminar conmigo, alzo la vista y no te veo, pero te siento. No me abandonarás nunca ¿verdad? Caminaremos eternamente, tú me sanaste, la vida te debo. Volveré a ti cada día, a agradecerte con mis pies desnudos, a bañarme en tu mar. Y cuando el final esté cerca, me iré como la poetiza, cuando la espuma me abrace, mi último pensamiento, mi última mirada, serán para ti.

Tuesday, July 11, 2006

Cuando oscurece..



Cuando oscurece se abre una puerta,
Se cierra otra,
se arrodillan las mejillas,
Se chupetean los tejados chiquititos
con la miel del sereno,
Que es como jabon, pero con más brillo.
Cuando oscurece se abre una puerta,
Se cierra otra,
los anillos de tu cuello se juntan
con la lactancia de tu vientre musical.
Se desvanecen las sombras
y se hacen cada vez más piola.
Cuando oscurece se abre una puerta,
Se cierra otra,
a mi se me abren todas,
Pero ninguna rechina tan bella
y resplandece Como la tuya.

Des”doblao”




Ayer soñé que me despertaba re asustao, sin darme cuenta que al dormirme me venían cosquilleos así como tironeos de mina de 14 años, que me sacudían invitandome pa fuera de la pieza, y me volvía a agarrar el sueño, el lapiz apenas si lo podía sostener. Las letras ya las veía bluriosas, o tal vés era que mi letra salía borrosa por los lentes con agua que me colgaban de un ojo. Pero que huea, si a las finales ella tenía las manos heladas, y eran como refrescos pal pecho, asi como pa seguir zarandeandome de la cabeza. Y terminé dejandome conducir como carro de supermercado por la cintura de esta flaquita insistente que al final me hizo romper el... de tanto que... por saber que sería la última pestañá antes de perder el k´qjv’j}ás{vk... jq’jf´q+ apretujao por qwjfr0’fjsjsld.djkd... y hueas.

Monday, July 10, 2006

Hunter Thompson


Raros recuerdos para esta noche en Las Vegas. ¿Han pasado 5 años?, ¿6?, parece toda una vida. El pináculo—que nunca se repite. San Francisco a mediados de los 60’s. Una época singular, en un lugar singular. Pero ninguna explicación, ni palabra, ni música, ni recuerdo se aproxima al hecho de haber vivido ese momento, en ese lugar. Fuera lo que fuera. Todo era locura en todas direcciones. A todas horas. Había chispas por dondequiera. Había la convicción general de que lo que hacíamos estaba bien, que estábamos ganando. Y creo que eso era lo crucial. Esa fe en la victoria final sobre las fuerzas del mal. No era nada ruin, ni militar. Eso no hacía falta. Nuestra energía prevalecería. Íbamos en una ola inmensa y bella. Así que ahora, menos de 5 años después, si desde alguna loma en Las Vegas se mira al oeste, con la debida mirada, casi se divisa la línea de aguas altas, donde por fin rompió la ola y retrocedió.

Sunday, July 09, 2006

Amanecer



Ayer vi el amanecer,
una parte de mí despertó,
y entre rayitos y nieve derretida
se murió.
Le mató este infame amanecer,
que me costaron dos lágrimas,
un concho de ron y dos cafés.
¡Infame amanecer!
Mañana otro pedacito de mí
os daré,
hasta quedar del otro lado,
del lado
de los rayos invertidos,
de La Florida tibia y fría.
¡Oh! Amanecer,
hermoso baño de frutillas,
ven por mí
después del anochecer.

Imposibilidades



Se valoran las cosas , no cuando han sido perdidas, sino cuando no están, cuando nunca se tuvieron, cuando son ausentes, cuando no son. Su ausencia, su no vivencia representa la más hermosa historia.

Sentado se encontraba en casa , aburrido un día de semana, como todos los días. Afuera la lluvia arreciaba, se oía el repiquetear incesante de las gotas de agua que caían , a la manera del llanto del amor no correspondido. La confusión que se armaba con el ruido en el living era espantosa, por un lado la lluvia caía en forma incesante, por otro lado el aparato de televisión lanzaba sus estridencias al aire com un cataclismo sordo, como un rugir infáme, seco, y por supuesto crepitante. Estos dos sonidos acompañaban al joven, que estaba tumbado en un sofá, el cual era muy antiguo, esto podía atestiguarse en el tapiz que estaba profundamente gastado. Era un mueble más que permanecía en la casa desde hacía mucho tiempo. Andrés algunas veces pensaba en forma casi obsesiva en las cosas que adornaban su casa. Por ejemplo entre ellas una lampara de marmol, muy pesada, nada manejable, y sin embargo, lo suficientemente pesada para hundirle el cráneo a alguien y conseguir el objetivo previamente resuelto. En la pared que estaba tras el televisor, podía apreciarse una pintura. Esta representaba a una muchacha, la cual reposaba sentada en una silla, tras ella podían observarse los pliegues de una cortina, que sin querer daban un aspecto aristocrático a la pintura, hecho sumamente curioso, pues la muchacha vestía ropas de empleada, más bien, gastadas, usadas muchas, pero muchas veces.. Lo más desconcertante era la mirada de la joven, perdida como en un sueño, como deseo sepultado por los avatáres de la realidad. Una vista extraviada, que traspasaba cada rincón de la casa, y que al joven le infundía cierto temor, no sabía muy bien porqué.
Andrés contemplaba la televisión en forma muy interesada y , sin embargo, algo alteró para siempre su concentración. El teléfono comenzó a sonar de manera casi imperceptible, muy suave. Inmediatamente la pintura empezó a temblar, los ojos de la muchacha de la pintura comenzaron a oscurecerse, casi desapareciendo. No contestes parecían decir, no levantes el auricular, pero claro , Andrés no pudo percibir esto. Atravesó la habitación en busca del aparato que se encontraba en una pequeña mesa de madera en un rincón. ¿Aló?, ¿quién es?, nadie contestó. Si el volúmen de la televisión y el rumor de la lluvia hubiensen sido menores, Andrés hubiera escuchado un viento casi huracanado, un crujir de calaminas del otro lado de la linea. Volvió a sonar el teléfono. ¿Aló?, ¿aló?, contesta cobarde, gritó Andrés ya sin paciencia para bromas. ¿Para que? ,dijo una voz de mujer. Pero que respuesta más extraña, pensó Andrés. Entiendase su desconcierto tomando en cuenta que el teléfono siempre ha servido para una sola cosa: COMUNICARSE. Dame un buen motivo para escucharte , dijo la voz. Andrés sudaba en forma copiosa. Un sueño profundo se albergaba en su cuerpo, un desvanecimiento que dificultaba el curso normal de sus funciones fisiológicas.
He de darle un buen argumento a esta persona si es que no quiero desmayarme aqui mismo. Porque estoy solo, contestó Andrés.Todos estamos solos, replicó la voz., entonces por que me llamas, inquirió Andrés. El joven notaba que cuando mantenía la conversación con aquella voz, la sensación de malestar desaparecía. Para qué me llamas, insistió Andrés, sintiendo una dulzura que recorría su cuerpo , esa dulzura que sólo inspira la fatiga extrema y el cansancio y que conlleva a pensamientos placenteros y voluptuosos. Porque si tu lo quieres no tendrás que continuar solo, respondió la voz. Andrés reflexionaba, no quería dar a entender a aquella voz que le necesitaba, pero tampoco quería que dejara de hablarle. Tu eres distinta a las demás, tu me comprenderás, puedo ser sincero contigo, confío en ti. Estas palabras fueron pronunciadas por Andrés atropelladamente, como si cada palabra significara un vicio distinto, que probaría por última vez aquella noche. Tu eres distinta a las demás, aquello sin lugar a dudas era la marihuana, tu me comprenderás, la cocaína, la sinceridad casi por descarte es el alcohol, y por último la confianza, el humo amistoso del cigarrillo, impregnado en la ropa, en los dedos, en las bocas de todas aquellas a las cuales había besado, sólo por curiosidad, para saber si algún día aquel gusto variaría en alguna chica, pero no, siempre fue lo mismo.
Ahora la voz del otro lado de la linea callaba, o lloraba, no se sabía. La lluvia cesaba un poco, pero la película que desfilaba en la televisión era todo explosiones, desmoronamientos, asfixia, submarinos heridos a flote, navegantes perdídos en mares ciegos.
Andrés volvió la vista hacia el televisor, sin dejar de tener el oído pegado, soldado, estampado al auricular, atento a cualquier sonido. Finalmente la comunicación se cortó.

Tres días agonizó el joven en un hospital de su comuna. Entre delirio y realidad comprendió que lo que quizo nunca existió. Al quitar el cuerpo de la cama donde murió, se encontró un papel con la siguiente frase:

"Todo lo que amaste y quisiste, fue en desmedro de vuestra propia alma y de nadie más"

Al dia siguiente, la enfermera rehacía la cama anteriormente ocupada por Andrés. El día era hermoso, soleado y tibio. Através de un vaso de agua el sol iluminaba toda la habitación. La mujer terminaba ya su labor, cuando un pájaro alzó un vuelillo desde abajo de la cama. La mujer soltó primero un grito de espanto que fue transfigurandose en una sonrisa. Cogió una pequeña escoba y comenzó a ahuyentar al pequeño gorrión. El animalillo trataba de huír, y la mujer más que ayudar al pajaro, lo confundía. Para suerte del gorrión había una ventana pequeña en la parte superior de la habitación, enfilaba su cuerpo hacia ella cuando sintió un pequeño golpecillo que interfirió levemente su vuelo y que concluyó con el pajarillo fuera de la habitación, pero con un golpe mortal en su pequeña cabeza. Cayó al pasto, miró alrededor, había florecillas blancas y amarillas, podía sentir su corazón latiendo.

Fin