Diario de un Desesperado XIII
Camino a Villa Alemana, por Lo Orozco, el cielo se torna azul eléctrico, motivado por los últimos rayos que ya "se van al otro barrio". El arribo a Villa Alemana al anochecer, pronostica un cielo de fiesta, en velada hacia una larga y desmedida noche, plasmada de olores fuertes, cigarrillos serios, hilarantes y risueños. Las calles del Centro reciben a sus visitantes con indiferencia y altivo orgullo. Las gentes que descienden de la locomoción intercomunal se maravillan ante la palpable idea de llegar a formar parte de la brisa vespertina, de sentirse presos de la idea de ser partículas entumecidas de un mismo universo en dispersión, una constelación que no sobrepasa las cien mil almas. Así mismo, quienes por diligencias, por recreación o simplemente de paso, reciben miradas furtivas, alegres y dolidas, de transeuntes deprimidos, armados, y sin embargo, vivos.
No es extraño que las flechas de una mirada se queden en una micro que se aleja hacia el interior, en busca de aromas nuevos, pero dejando a su progenitor intacto, junto a linea, sorbiendo un vino de luca, despreocupado de su propio "interior".
No es extraño que las flechas de una mirada se queden en una micro que se aleja hacia el interior, en busca de aromas nuevos, pero dejando a su progenitor intacto, junto a linea, sorbiendo un vino de luca, despreocupado de su propio "interior".
Volviendo a quienes se desparraman por esta ciudad, es preciso decir que sus decisiones nocturnas son necesariamente dos: Hacia la linea o hacia el cerro. No es el centro su atracción, las leyes de la física fallan, revindicando la periferia, hermosa dama vestida con harapos sucios, pero que mira en forma tierna, te ofrece un cigarro y da media vuelta. Por eso nunca se escupe al suelo en los sitios baldíos, en las laderas, en las posas, los espinos, o los cerros. Villa Alemana acepta un vaso de vino vertido con elocuencia, sin querer, con descuido o sin indiferencia.
Una cuadra, alejándose de su principal arteria, es distancia suficiente para transformar el destello de un carey amarillo, de bordes rojos, por una iglesia de piedra mosca, erigida por mil muertos, con un terreno abandonado por los vivos, pero recorridos dia y noche por espectros asistentes e insistentes. Luego continúa una pendiente, que será luego caída, luego pendiente,... los habitantes de los esteros, en su rumor a la hora de "onces", se hacen presentes al avecinarse la noche, cantan grillos y ranas al compáz de molinos de viento, estáticos pero siempre vivos, rechinando a casuales soplos de brisa, su agonía escurridiza. Se agitan los álamos, se damnifican los zancudos, los volantines cambian de dueño, sin por ellos estar tristes, pues el llanto les empapa y ya no vuelan.
Todo esto puede verse, aún sin haber tocado tierra, serpenteando por Lo Orozco, dudando entre tres comunas, tres novias, tres amigas.
Mientras las pienso, miro a la chica que viene a mi lado, está dormida, quizás de cumpleaños, viajando un veinticuatro de Diciembre en la tarde, su celular no suena, nadie la llama. Es típico que al acercarse a la ciudad destino, todos los celulares del bus suenan. "Voy llegando...", "Voy aquí en...", "Ya estamos cerquita...", "En unos quince minutos yo creo..." Su teléfono no suena, está mudo, tal vez no va a pasar la pascua con su novio en una de las tres. Sigue dormida, ensayo una frase, algo que decir, "las vueltas no dejan dormir".
Tal vez hay algo de bueno en dejar estas situaciones a medias, como los libros, quizás hay libros que no debieran leerse, esos siempre hay que dejarlos a medias, o tirarlos por la ventana, en actitud de terrorista, para que alguien lo pise, lo levante, lo abra, y finalmente no lo lea, sin saber nunca que no había que leerlo. Puede ser que, precisamente por esto, no sea necesario ser terrorista y atentar contra la mala literatura, a fin de cuentas, el "no-lector"es estéril, no representa una parte de la suma de eso que llaman "opinión pública". Sin embargo, su impostura es tentativa, latente, y puede devenir en un transeunte caminando por la calle, tropezando con un horrendo libro, y finalmente alabándole. Debe aclararse que esta proporción es la mínima –a mi parecer-, y que ocuparse de atentar contra la mala literatura es una actividad innecesaria, ¿por qué? Pues precisamente porque el no-lector esteril hace el trabajo en la mayoría de los casos, y cuando no pasa esto, ocurre que la minoría pasa a formar parte de la mayoría enemiga de la literatura, en otras palabras, la "opinión pública".
Me acordé de un diálogo de Hemingway, "No me haga usted pensar, soy un general sovietique, no intente hacerme usted pensar, tengo prohibido pensar, ¿me ha oido?".
Lo excéntrico nunca ha ido de la mano con lo masivo, y nunca irá con lo masivo. Y lo excéntrico, a fin de cuentas, es el dominio a la perfección de eso que Hernan Rivera Letelier le escuché llamar "la fría técnica". El dominio de la técnica, la capacidad de hacer florecer algo nuevo, extraño, desconocido, inédito, es algo que necesita, para ser aprehendido, "hacer pensar" al lector; y el lector fácil, acostumbrado a la novela fácil, sincrónica, circular, con trazos ya recorridos, diciendo lo ya dicho, "odia pensar".
Hagamos aquí un pequeño homenaje a los no-lectores, a los no-escritores. En ellos se simplifica esta hermosa frase de Jean de la Bruyére: "La gloria o el mérito de ciertos hombres consiste en escribir bien; el de otros consiste en no escribir".
Al bajarme del bus, ya no pienso en lo no-hecho, porque por un lado, ya es pasado, la mina debe estar en su casa con el pololo o sus padres, o quizás, haciendo una entrega de 50 gramos de thc, nunca se sabe. Lentamente voy comenzando a pensar que la chica del bus pudo haber sido una buena amiga, camarada, compañera de algo.
Lo único que porto es una mochila pequeña, en su interior la Antología esencial de Juan Emar, La Revista Ñ de enero del 2006, un block de notas, y dos lápices. Hago parar una micro, me lleva al centro (¿de donde?), esta vez de Villa Alemana. Me dirijo a un pequeño bar, ahí me espera una cerveza y un vaso, y si tengo suerte un cenicero.
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