Thursday, April 19, 2007

Apología al Micrograma

Sentado en un banco de la plaza, inmóvil, absorto, con la mira perdida en un punto indeterminado, buscando la desaparición, el desvanecimiento, la expulsión. Sintiéndose disidente, describe la plaza y sus alrededores de una manera lógica, increíblemente descriptiva, evitando cualquier clase de metáfora, de adorno innecesario. Su tentativa comienza más o menos… La plaza es cuadrada, consta de diez arboles con sus respectivas tazas. Doce niños juegan en ella. Cuatro de ellos se balancean, dos se deslizan por un refalín, los cuatro restantes no alcanzan la edad para jugar y miran desde sus coches, que a su vez están acompañados de cuatro mujeres, tres de traje azul y una de traje rojo. Acercando la vista hacia sí, hacia el suelo, ve dibujada una colilla de cigarro, una moneda que brilla, que perfectamente puede ser el envoltorio de un chicle, bajo un fondo gris de arena fina. Levanta la vista, entre el follaje de los arboles se cuelan rayos solares amarillos y verdes, que manchan la plaza de luz en distintos y aleatorios lugares, todo de acuerdo a los movimientos de nubes gruesas y blancas que cubren y descubren al gran astro. No pueden olvidarse los movimientos de la tierra, que descalibran las luces solares de acuerdo al movimiento de rotación y traslación. A ratos se aprecia el cielo, a ratos desaparece. "Es así mi vida" piensa. A ratos inserta, a ratos excluida. Vuelve a la descripción de la plaza, y piensa que en algo tan simple es posible encontrar oculta la belleza de lo aparente, así como también está convencido de la belleza de la infelicidad. Ahora el convencimiento de creerlo no es en absoluto lo mismo del convencimiento de llevarlo a la práctica. Walser es sin duda el único que lo creyó y lo ejercitó. La plaza intenta decirle algo, el cuadro de la plazita ahora esta un poco borroso, le da a entender que los cambios no operan en ella, sino en él. "Estoy llorando" se dice a sí mismo. Los colores se desdibujan, los arboles chorrean por las mejillas, los niños no se deciden a caer al barranco de sus labios. Levanta la vista y corrige el paisaje, intentando no ser influencia de ningún tipo en el ambiente, buscando no incidir en lo más mínimo en las huellas continuas del paisaje. Y continúa… las hojas caen al suelo y van a parar a las tazas de los arboles. Un niño se ha interesado en un grupo de hojas que se arremolinan en el costado izquierdo de la plaza. Con el rabillo del ojo mira al niño que corre tambaleante y aparentemente indeciso. Si asistiera yo también a esa escena diría que la indecisión aparente se torna un desafío fácil de alcanzar, sin que ello constituya una arista que moldeará el carácter del infante, pero que sin duda en su madre despertará un soberbio orgullo. Y continúa… de pronto el niño se ha fijado en mí, intento ser una estatua de sal, una figura inanimada del paisaje, un recuerdo perdido, "un recuerdo que raya en las fronteras del olvido" diría Walser. Ahora el sol acapara la plaza, las figuras se aclaran, mi mente se nubla, se pierde en una oscuridad voluptuosa, que me da un respiro y que deseo que me conduzca a la desaparición, como la de Walser, o como la de Vila-Matas, de quien leí que la oscuridad y la penumbra siempre le dijo más que lo soleado.

Sunday, April 15, 2007

Sueños

Anoche soñé que me asaltaban. Un largo cuchillo brillante y filoso, aparentemente sin mango, aparecía saludando entre las ropas de mi atacante. Un largo corte superficial a modo de castigo por no llevar ni un peso encima, ni reloj, ni celular, trazó una línea perfecta en mi brazo, que luego chorreó un hilo de sangre. Mientras le veía alejarse al hombre, soñaba, que pensaba, que me acordaba, la forma infame de morir del apoderado Josef K. en El proceso.
Hoy en la mañana esperaba pacientemente la micro. De pronto me quedé absorto en una piedra grande que descansaba en uno de los asientos del paradero. La tomé y esperé escrutando todas las bocacalles que confluían hacia donde yo estaba. Sentí una mano en mi espalda, el corazón me dio un vuelco. Desperté sudando en mi cama, con el control remoto en la mano. Oí una voz que me decía: Son las 6 A.M.