Friday, July 28, 2006

De Peñablanca hacia el poniente...

Había llegado temprano, tempranito. El sabado era inusual para él llegar a esa hora al colegio, pero no importaba. Y tuvo suerte, yo lo conozco, estaba feliz de cambiar de colegio, el último año de la media, se le notaba. El viernes nos juntabamos en casa de Cecilia, en Av Cuarta, una calle de tierra que conducía hacia el cerro. La mamá de la ceci era profesora. Por lo general los viernes estaba en Viña. Comprabamos su buena dosis de vinitos. Estabamos todos locos por el vino, por el vino y por los paraguas. Aquella noche de Viernes rematamos con unas piscolas tipo 5 de la mañana. En la borrachera, terriblemente tóxicos, empezamos a jugar a la carta menor. Nos fuimos como a las 6 am, ya del sabado. Caminamos derechito por Victoria, una par de cuadritas hasta la casa de “F”. La plaza Victoria, pasando los ratis, estaba hermosa, los primeros rayos de sol bañaban las copas de los árbolitos de la plaza, una suave neblina se percibía en el aire. Caminábamos lento, no estaba frío, pero igual exhalabamos vaho. Ambos callabamos, lo dejé en la puerta de su casa, quedamos en juntarnos a la tarde en casa de otro amigo.
Entré en mi casa. A “L” le costaban cortas pa su casa. Entré despacio. Fui a la cocina, medio ebrio encendí el calefont. Me desnudé y me metí a la ducha (pa despabilar). Salí fresco, me puse el uniforme, entraba un cuarto para las ocho a clases, tenía tiempo. Hambre no tenía, y me supuse el dragón que andaba trayendo. Saqué una manzana del frutero, unas cuantas mascadas, y aguardé viendo un añejo Boca – River que estaban repitiendo en el cable.El sol ya demostraba su primacía en la superficie de mi querido Peñablanca. Partí pal Troncal. Concierto de gorriones mañaneros, algo de sombra que aún hacía el cerro “La Wilson”. Pude ver como cambiaban turno los locos de la Shell, eso me indicaba que eran pasadito las siete am.
Puedo ver, incluso ahora, claramente el sendero encementado entre la entrada del colegio y mi sala. En el camino me saluda uno que otro álamo. Siempre atrasado, de hueón, me la sabía de memoria. Entraba a la sala y casi como milico saludando, miraba el sector donde me sentaba, que era detrás de una cabellera rubia hermosa, que giraba hacia mí con una sonrisa que hay que tener cojones para sostenerla, se me achicaban, se me hacían bolitas. “Estai pasao a copete”, “pero si me comí una manzana”, “ni con un kilo te sacai ese aliento”. Me encogía de hombros y esperaba el recreo, no para salir, no, no, sino para dormitar recibiendo caricias en el pelo, que saben a cucharaditas de manjar, directo del tarro, o panqueques con manjar, con te con leche, o pasando al ámbito etílico, al primer sorbo de un vino “Carta Vieja”, o a una cerveza inmediatamente después de jugar a la pelota, bueno, bueno, ¿y un dedo que recorre el lóbulo de la oreja?, ¿Ah?, ¿Ah?. Me complica buscar una analogía para eso.
Las sala a las nueve de la mañana esta ya iluminadísima, tibia. La caña avanza hacia su extinción. ¿Y ahora que? A las doce del día ya estamos todos fuera, el colegio vacía el contenido completo de alumnos el día sabado. Eso era lo rico, era como ir a pasar la caña al colegio, pero la gracia eran las poquitas horas, la cercanía entre mi viernes de amigos y el sabado con mis compañeros. Todos, todos eran UNO para mí, a todos era placentero verlos, hablarlos, sentirlos.Ya repuesto de la “mansaca” participaba de las ideas de mis compañeros, ideas que nacían en la plaza de la estación, una fuente bonita, arboles a lado y lado, sombrita. Un pullman llegando, yendose, llegando, yendose. El vaivén del tren de la una, el cielo despejado, azulito, las horas lentas de la tarde, con un calor que a la sombra se transforma en un clima apasiguado por la vista de una fuente, de chorritos de agua débiles, pero constantes, porfiados, que hacen colores con el aire, con las sombras, con el sol, con mis ojos. Me llega olor a eucaliptus, a zoológico, a helados artesanales, a cigarrilos colegiales, a bocanadas de humo casi con olor a leche, con olor a “frugelé”. Las faldas de mis iguales pululan por la plaza, sentadas en las escaleras de la municipalidad, recorriendo el sector de patinaje, cruzando hacia una fuente de soda, un cola de tigre, un trululú. Rodillas delgadas, gruesas, morenas, blanquitas. Muslos rosados, avellanados, oscuros, claritos, ténues. Todo este conjunto es una pintura grabada en mi corazón, en las mismas mejillas de mis recuerdos, aposentado de hace mucho tiempo, y sale, y sale, y ni siquiera queda concho.Camino a la linea, atravesando la linea, se ven casas bonitas, semi escondidas entre álamos jóvenes, se aparece entre medio una ventana, dos caras sentadas a la mesa, almorzando, comiendo el postre, viendo las noticias, absortos en la tele, el jugo de piña se esta cayendo al tomaticán, uno que otro tecito después de la comida, un poco de humo de cigarro pa la digestión.Algunas casas parecen solas, todas las ventanas hacia fuera, dando la bienvenida a la naturaleza, con calendarios que bailan al ritmo de un vientecito, leve, ínfimo. Seguimos camino al cerro, con unas botellas de no sé que, intentando encontrar entre nosotros algo que nunca supe muy bien que era.
Ahora, desde el cerro, somos como un puñado de ovejas, alejados del rebaño, observando las luces de la tarde, echando un trago de cuando en cuando, fumando con fruición, disminuyendo nuestras diferencias, acortando nuestras distancias.Ya son cerca de las ocho de la noche. Aquí en Los Carrera es un festival de micros, todas en la misma dirección, pero a distintos lugares. Esto es un concierto de motores, de aceleraciones, de cambio de luces.
Debo irme, en casa me esperan, no a una hora determinada, pero siempre me esperan.
Y ahí lo dejé. Enfilé pa mi casa, atravesé el puentecito, el tubo. No, el tubo ni cagando lo paso, además hay un poco de sereno, la sacá de chucha no es grave, pero es en arena remojada con estero. El olor de esta pasada es característico, el estero. Aquí me recuerdo perfecto con “F”, cazando piriguines, haciendo caso omiso de las advetencias maternales, de supuestas verrugas al manipular estos animalitos. Atravieso el puente, se me viene calle Colon, toda de tierra, una parcela a la izquierda, ¿cómo olvidarla?, ¿Cuántas pichangas en esa cancha?, ¿Cuántas tardes jugando “al gol saliendo?” La infancia física se fue, pero ¿y mi corazón? ¿Es que tiene arrugas? ¿Es que mi sangre ya no fluye a borbotones cuando me corto? ¿Es que ya no corro con mis primos menores, jugando en la calle una pichanga a pata pelá? Mi infancia se fue, pero yo no me voy con ella. Aquí me quedo, resistiendo los embates de un futúro encuadramiento feroz, de un alud que todo lo arrasa, todo. Supongo que tengo que ser valiente. Asumir los hechos, aceptarlos, perdonarlos, tener plena conciencia, pero efectiva, de que las cosas son o fueron así, y sobre eso ya no hay nada que hacer, nada, nada y nada. Que me pateen amigo, si hago retórica con esto, pero el arrepentimiento es lo ultimo que voy a esbozar cuando los vientos del infortunio soplen en nuestras vidas, digo “nuestras” porque estamos entrelazados, no importa cuantos cruces de personas, cuanta agua pase bajo el rio, nosotros nacimos para ser hermanos, fuimos guiados de algún modo por el mismo seno, ese que yo no tuve, o que si tuve, pero que nunca estuvo cuando yo lo necesitaba. No te culpo viejo, te sacaste la cresta pa que TODOS comieramos, pero ahora no me digas como son las cosas, porque yo ya las probé, las viví, me las tomé al seco y puritanas. Sin tu viejo, hermano, a otros derroteros, a otros puertos, en otros lugares yo estaría, lugares que me dan miedo y que estan por doquier.


Para tu casa vayan estos pensamientos amigo,
lleguen por la tierra,
fertilicen tu patio y sus fronteras,
aniden en el primer manzano del pasaje,
y florezcan cuando tú,
el último de tu familia seas.

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