Hacia la Nada (IV)
Tu amor,
de calles sin nombre.
Tu amor,
de muchos hombres.
Oveja Negra (banda Villa Alemanina desaparecida)
Estabamos sentados en la solera, eramos un grupo de 10 personas más o menos. La calle era de tierra, con pequeños álamos que crecían a lado y lado. A un costado había vegetación que se extendía a todo lo largo de la linea del tren. Para atravesarla e ir a la calle de en frente, había que pasar por un pequeño pradito, que en algunos lugares tenía pedazos de cimientos de lo que antaño pudo haber sido la caseta del peón caminero. Era un bonito lugar, estaba bañado por una luna llena, que nos recordaba lo innecesario de la luz artificial. Los arbolitos eran acariciados por una brisa tibia que soplaba. Mirando las orillas de la linea del tren, se podían apreciar las lucesitas de los cigarrillos. Habían muchos grupos de jóvenes, se escuchaban conversaciones, es decir, no todo el sentido, tan sólo frases. En momentos eran sólo murmullos, y a ratos se oía caer el silencio. Una frase que llamó particularmente mi atención fue: "lo más importante nunca se cuenta" pronunciado en un tono un tanto enigmático por una voz de mujer. Aquella frase me dio vuelta en la cabeza un par de minutos, luego, sin más, la olvidé.
K. estaba radiante como siempre, conversaba interesadamente con uno de sus amigos acerca de una pintura de Robert Delaunay, Le tour Eiffel, obra que a ella le obsesionaba mucho, incluso hizo una réplica de las muchas variaciones que llevó a cabo en su tiempo el pintor francés. Me gustaba observarla mientras hablaba, entre tragos de ron, escuchando, fumando su cigarrillo con fruición. Sus amigos no me causaron demasiada impresión la verdad, algunos vestían poleras negras, de bandas de metal, pelo largo. Conversaban entre ellos, de música más que nada. Cerca de las 12 de la noche se decidió que ya era hora de partir hacia algún lugar determinado y abandonar el consumo de alcohol callejero. Una llamada telefónica, y al cabo de un rato aparecieron dos colectivos. Nos subimos y empezamos a avanzar por las calles de la ciudad, me dio la impresión en algun momento que nos devolvíamos a Santiago. Al llegar a una rotonda torcimos hacia un camino que evidentemente nos llevaría a ningún lugar. Acabó el camino de cemento y nos empezamos a internar por un camino de tierra que lentamente comenzaba a empinarse, llegados a cierto punto empezamos a ver personas que ascendían. El camino era una verdadera polvareda, nos apeamos al llegar al final del camino, continuaba el sendero hacia arriba, pero el taxista nos dijo que no se aventuraba más allá porque las piedras le podrían estropear el auto. Bajamos y empezamos a ascender hacia ningún lugar. Más bien el camino parecía un peregrinaje, con fieles semi borrachos. A los costados se podía ver que había un barranco, en el fondo se hacía una garganta por donde corría un riachuelo.
K. me alargó un vaso con ron, me llegó un fuerte olor a limón. Que, no te gusta, me preguntó. Me gusta, le dije.Y este lugar te gusta, también me gusta, lo que no me queda claro muy bien es hacia donde nos dirigimos. Ya verás, respondió ella.
Llegados a cierta altura, y después de varios minutos de "ascenso", el camino hizo un giro a la izquierda y nos encontramos casi de frente con una explanada, que albergaba a la derecha un rodeo, y a la izquierda una ramada. La entrada de la explanada estaba repleta de autos a cada lado. Reconozco que quedé impresionado con el rodeo, era hermoso, estaba completamente iluminado y las galerías estaba llenas de jovenes bebiendo y conversando, había sido habilitada para ser usada por quien quisiera. Abajo, en la arena, los niños jugaban. Nos instalamos en la galería, me ofrecí para abrir una de las botellas, la destapé, incliné la botella y llené la tapa con ron puro. Me llevé la tapa a la boca y bebí el contenido, dejando que el ron me bajara por la garganta quemandome hasta el estómago. Se me humedecieron un poco los ojos. K. me miró. Estaba sentada con las piernas cruzadas y me sonreía. He bebido un poco de sprite para que no te emborraches, dijo. Comprendí y la besé. Volvía a erguirme y me llegó un aroma a empanadas,a pino, sopaipillas, ajo,vino tinto, y sentí que me encontraba en un lugar que dificilmente olvidaría.
La noche seguía siendo clara, de la ciudad llegaban sólo destellos, se escuchaba el rumor del tren de carga, el horizonte se perdía entre cerros.
Lo último que pude pensar aquella noche, y que lo leí de Jorge Luis Borges es que los recuerdos se evocan sólo una vez, cuando se recuerda algo por segunda vez, ya no será el recuerdo mismo, sino la imágen que queda de la primera vez que se recordó.
Ya no te tengo, ni quiero recordarte, y lo hago por ti
de calles sin nombre.
Tu amor,
de muchos hombres.
Oveja Negra (banda Villa Alemanina desaparecida)
Estabamos sentados en la solera, eramos un grupo de 10 personas más o menos. La calle era de tierra, con pequeños álamos que crecían a lado y lado. A un costado había vegetación que se extendía a todo lo largo de la linea del tren. Para atravesarla e ir a la calle de en frente, había que pasar por un pequeño pradito, que en algunos lugares tenía pedazos de cimientos de lo que antaño pudo haber sido la caseta del peón caminero. Era un bonito lugar, estaba bañado por una luna llena, que nos recordaba lo innecesario de la luz artificial. Los arbolitos eran acariciados por una brisa tibia que soplaba. Mirando las orillas de la linea del tren, se podían apreciar las lucesitas de los cigarrillos. Habían muchos grupos de jóvenes, se escuchaban conversaciones, es decir, no todo el sentido, tan sólo frases. En momentos eran sólo murmullos, y a ratos se oía caer el silencio. Una frase que llamó particularmente mi atención fue: "lo más importante nunca se cuenta" pronunciado en un tono un tanto enigmático por una voz de mujer. Aquella frase me dio vuelta en la cabeza un par de minutos, luego, sin más, la olvidé.
K. estaba radiante como siempre, conversaba interesadamente con uno de sus amigos acerca de una pintura de Robert Delaunay, Le tour Eiffel, obra que a ella le obsesionaba mucho, incluso hizo una réplica de las muchas variaciones que llevó a cabo en su tiempo el pintor francés. Me gustaba observarla mientras hablaba, entre tragos de ron, escuchando, fumando su cigarrillo con fruición. Sus amigos no me causaron demasiada impresión la verdad, algunos vestían poleras negras, de bandas de metal, pelo largo. Conversaban entre ellos, de música más que nada. Cerca de las 12 de la noche se decidió que ya era hora de partir hacia algún lugar determinado y abandonar el consumo de alcohol callejero. Una llamada telefónica, y al cabo de un rato aparecieron dos colectivos. Nos subimos y empezamos a avanzar por las calles de la ciudad, me dio la impresión en algun momento que nos devolvíamos a Santiago. Al llegar a una rotonda torcimos hacia un camino que evidentemente nos llevaría a ningún lugar. Acabó el camino de cemento y nos empezamos a internar por un camino de tierra que lentamente comenzaba a empinarse, llegados a cierto punto empezamos a ver personas que ascendían. El camino era una verdadera polvareda, nos apeamos al llegar al final del camino, continuaba el sendero hacia arriba, pero el taxista nos dijo que no se aventuraba más allá porque las piedras le podrían estropear el auto. Bajamos y empezamos a ascender hacia ningún lugar. Más bien el camino parecía un peregrinaje, con fieles semi borrachos. A los costados se podía ver que había un barranco, en el fondo se hacía una garganta por donde corría un riachuelo.
K. me alargó un vaso con ron, me llegó un fuerte olor a limón. Que, no te gusta, me preguntó. Me gusta, le dije.Y este lugar te gusta, también me gusta, lo que no me queda claro muy bien es hacia donde nos dirigimos. Ya verás, respondió ella.
Llegados a cierta altura, y después de varios minutos de "ascenso", el camino hizo un giro a la izquierda y nos encontramos casi de frente con una explanada, que albergaba a la derecha un rodeo, y a la izquierda una ramada. La entrada de la explanada estaba repleta de autos a cada lado. Reconozco que quedé impresionado con el rodeo, era hermoso, estaba completamente iluminado y las galerías estaba llenas de jovenes bebiendo y conversando, había sido habilitada para ser usada por quien quisiera. Abajo, en la arena, los niños jugaban. Nos instalamos en la galería, me ofrecí para abrir una de las botellas, la destapé, incliné la botella y llené la tapa con ron puro. Me llevé la tapa a la boca y bebí el contenido, dejando que el ron me bajara por la garganta quemandome hasta el estómago. Se me humedecieron un poco los ojos. K. me miró. Estaba sentada con las piernas cruzadas y me sonreía. He bebido un poco de sprite para que no te emborraches, dijo. Comprendí y la besé. Volvía a erguirme y me llegó un aroma a empanadas,a pino, sopaipillas, ajo,vino tinto, y sentí que me encontraba en un lugar que dificilmente olvidaría.
La noche seguía siendo clara, de la ciudad llegaban sólo destellos, se escuchaba el rumor del tren de carga, el horizonte se perdía entre cerros.
Lo último que pude pensar aquella noche, y que lo leí de Jorge Luis Borges es que los recuerdos se evocan sólo una vez, cuando se recuerda algo por segunda vez, ya no será el recuerdo mismo, sino la imágen que queda de la primera vez que se recordó.
Ya no te tengo, ni quiero recordarte, y lo hago por ti
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