Thursday, August 10, 2006

Invertido

Una tarde fría de Domingo, lentamente, con el repiquetear de la lluvia, el velo del sueño, la niebla de la inconciencia, comenzó a disiparse para dar paso a una cierta lucidez de un joven que dormía en una cama desecha. Estaba boca abajo, y no parecía juntar la fuerza suficiente para levantarse. Tímidamente, levantaba un poco la cabeza, pero al parecer, le acometían dolores significativos, que le hacían rendirse nuevamente.Contrariamente a la noche anterior, la casa estaba silenciosa, pequeñas risas cortadas se escuchaban de la habitación contigua. El joven que dormía boca arriba, distinguió unas piernas que colgaban hacia la orilla de la cama de la pieza de enfrente. Por lo tanto los ruidos contiguos, más esa constatación de una figura le confirmó que no estaba solo. Meditó un momento, no sentía hambre, un agudo dolor de cabeza prevalecía en forma espantosa. Pensó en pastillas que no habían, luego en los brebajes insufribles del día anterior, sacó fuerzas de donde no las había, y lentamente, coordinando la emancipación del vómito con los enclenques y enfermizos pasos, se deslizó hasta el baño. Levantó la tapa, puso primera, y en “primera persona” asisitió a unas devoluciones dantescas, de perro con “rabia”, ya después la boca amarga, como la hiel, para no decir bilis. Se reincorporó penosamente, una mirada al espejo, parecía una magdalena picando cebollas.
“Esto no esta pasando”, “no quiero ser yo ahora mismo”. Típicos rezos a baco, post-caña. Y ahí estaba, decidiendo los próximos treinta segundos, que se veían lejanos. Miró al suelo algo sobresaltado, si es que es posible sobresaltarse en ese estado. Un gato blanco hermoso que nunca antes había visto, le miraba desde el suelo. Le miró en el cuello, y pudo ver que el gato portaba el collar del “efectivamente gato de la casa”. Que raro, pensó. Y más raro aún, porque aparte de ser de color opuesto a “su gato” se podía decir que era identico. “No tomo mah” se dijo a sí mismo. Hizo el corto camino de vuelta a su habitación y se desplomó. Una, dos, o quizás tres horas más tarde lo despertó el hambre. Sintió pasos en la escalera. Se asomó una cabellera oscura, unos ojos negros. Era una chica que le trataba como si le conociera de años, y le invitaba a bajar. Le decía que abajo todos comían una cazuela, que su plato se enfriaba. Cargaba al gato blanco y le hablaba cariñosamente. ¡Como si fuera su gato!. Por último le refirió algunos pasajes de la noche anterior. El joven estaba pálido, pero contrariamente a lo que se creería, no quería vomitar. La chica bajó. A los cinco minutos sentía voces que le llamaban de abajo. A estas alturas ya estaba petrificado, no reconocía ninguna voz, por más que su oido lo quisiera. Volvió a sentir pasos. Ahora se asomó una cabeza de hombre, era un hombre al que nunca, pero nunca había visto. Ni siquiera podía asociarlo a nadie. Sentía el sudor en la espada, no podía hablar. Más o menos parecido a la actitud de la chica, el joven lo invitó a bajar a comer. Abajo se podían escuchar más de veinte voces distintas. Y así, tardo y pausado, un velo volvió a posarse en su mente, pero esta vez ya no era posible despertar o dormirse, y como que la cosa no quiere, comenzó a descender la escalera lentamente...

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