Saturday, August 12, 2006

Diario de un Desesperado I

1)

¿Qué se puede escribir? La mayor parte del día la ocupo en buscar una idea para masticar. El método es anotar una idea tópica, lo más filosófica posible, para poder sacarle el jugo, reflexionarla. Puede salir de cualquier lado, pero el problema es que todavía no encuentro una nueva, y eso, en definitiva me comienza a “desesperar”. Ayer vi un programa, dos personajes eran entrevistados. Uno de ellos hablaba en un castellano penoso, era Michael Bradford, cineasta que no conocía. El otro era un conocido actor chileno, que durante la entrevista se estuvo acariciando los pelos de su cana barba. El tema era interesantísimo, por lo menos a mí me pareció eso. El texto, que fue puesto en escena por ellos, lo había escrito un trompetista, cuyo nombre no recuerdo, pero la historia es muy bonita. Ésta trata de un niño que es abandonado por inmigrantes en un buque que hacía el trayecto que muchos otros buques hicieron a comienzos del siglo XX entre Europa y América. El niño nació en el buque. Los niños eran abandonados porque resultaba un inmenso lío todo el problema legal que implicaría el nacimiento en esas circunstancias. El caso es que permanece ahí, en el fondo, en las escotillas del buque. Cuando lo descubren, ocho años después, el chico es un pianista. Ha desarrollado este arte en soledad, y lo hace con marcada maestría. De todo el mundo lo van a ver. Se instalan abajo, en los compartimentos del buque, formidables escenarios para ver al niño pródigo del piano, sus composiciones, únicas en sí, se han hecho basándose en toda la gente que ha visto desfilar por el fondo del buque, clases sociales, moda, estilos de otros músicos, la radio, etc.Su música esta matizada en torno a la gente que ha ido a verle en el fondo del buque, sin ver el mundo. Pasa el tiempo y sus admiradores le invitan a tocar por el planeta, pero ante el asombro de ellos, el niño les dice que no quiere, rehúsa enfáticamente a salir del buque.
La puesta en escena de esta historia no fue nada fácil, comenta Michael Bradford. En un castellano bastante accidentado señala la dificultad de trasvasijar al genero dramático esta historia, haciendo notar que era necesario crear un narrador en escena, el cual debía ser buscado, para ser construido e interpretado, en la biografía o historia viva del autor del texto.Por su parte, el actor se introduce un poco en el texto como símbolo de la creación artística. El niño, dice Noguera, no sale del buque, porque cree que esto afectará de manera irreversible su música, prefiere seguir viviendo en el fondo del buque. Resguarda su arte, como si el mundo que él tiene ante sí, basta para ser armónico con sus composiciones en música, pero ni hablar de salir del buque.
Me recuerda el cuento de Kafka, citado por Vila-matas, del trapecista que no quiere bajar de la cuerda, que prefiere seguí viviendo ahí, que no quiere que sus pies toquen el suelo.Esta entrevista la vi ya bien entrada la madrugada. Al terminar, retomé nuevamente el tema en mis pensamientos, y confieso que sigo en blanco, sin saber de qué forma abordar la idea, sin tema para disminuir la “desesperación por ser”. A propósito de esto, me acordé de una parte de “El proceso”. El apoderado K. Está sentado en su despacho a las 8 de la mañana, y aunque es muy temprano y el día recién comienza, se encuentra muerto de cansancio. ¿El motivo? Su “causa” no le abandona en ningún momento, está atormentado por el proceso, por las fuerzas invisibles que le acechan. Y en sus cartas, ahora hablando de Kafka, escribe que está todo el día entregado a la contemplación de sus dedos. Por un momento me imagino así, sin ideas, vacío y desesperado por algo que no sé muy bien que es, y que lo nombro, por decir algo, la “desesperación por ser”. Mal encaminado voy supongo, forzar las letras es un error.Ahora estoy en la cocina, con el estómago como en el limbo, sin saber que comer o beber. Me gustaría tomarme un café con sabor a té o viceversa, o prender la tele y escuchar un disco, no sé bien que es lo que quiero. Quizá con ganas de tergiversarlo todo. Tal vez si pienso un poco en Wilde, tan aficionado a la paradoja, encontraré una idea que me haga salir del letargo. Visualizo el prólogo del Retrato de Dorian Gray, con el prefacio del artista, Colward, o algo así. De una simple charla, el pintor, el modelo, y Wilde entreteniendo con su magnífica conversación. Le bastó una idea, una sola idea para desarrollar una novela, que complicado, abrumante. Las ideas en cabeza de aquellos escritores son bombas de raíces, que despliegan en mil millones de palabras con un sentido abierto, libre y preciso. Si tan solo... se hiciera pronto de mañana. La penumbra de esta habitación es ahogante. ¿Dije ahogante? Si, como mi amigo, esta aquí al lado mío y no me deja pensar, ni siquiera lo que me habla me ayuda a escribir, a desarrollar algo, la inspiración se va como las ondas sonoras de esa gente que ni conozco, y que me llama a cada rato, y yo los puteo como si los conociera. Nada, prefiero pensar que estoy en una habitación grande e iluminada, llena de laberintos, con lugares recónditos, y donde veo empleados grises, y busco el interruptor, apagar esta luz infame, quedarme solamente con la luz de computador, y mandar a apagar todas las voces, los teléfonos celulares, el aire acondicionado y cagarme de calor hasta que se me cuaje alguna idea, algún pensamiento.
Nada.

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